La montaña que se alzaba frente al grupo de viajeros alcanzaba una altura imposible de calcular a simple vista, aunque Alina arqueaba su cuello al máximo no podía ver la cima. La ladera parecía haber sido esculpida con un cincel, su roca era lisa, casi perfecta excepto por algunas perturbaciones esperables, y en ángulo casi vertical con el suelo. Arriba, casi donde la montaña desaparecía de la vista, había un gran saliente en forma de semicírculo. Alina tuvo una sorpresiva sensación de vértigo y sus pies tambalearon.
—Por favor, no me digan que Eleutheria se encuentra en ese saliente —imploró.
—La ciudad no está en ese saliente —respondió Emir en tono burlón.
—Cada vez que tu boca se abre demuestras una ignorancia, que aumenta de forma progresiva al punto que nunca creí posible. Por supuesto que el gallinero se encuentra en el saliente, tan alejado de tierra firme como es posible, como todos los otros gallineros —replicó Daesuke con frustración.
—Los eleutherianos adoran las alturas para poder volar de forma fácil, ya sabes que prefieren volar a caminar. Es un misterio como se construyeron las ciudades, dado que los eleutherianos no son del tipo de trabajo forzado como los batousainos, incluso haciendo uso del poder. Tengo varias teorías sobre el tema... —comenzó a explicar Emir antes de ser interrumpido por Alina.
—¿Y cómo se supone que subiremos hasta allí arriba? No veo ninguna escalera.
—No te preocupes, la solución ya viene en camino –dijo Mayra mientras señalaba un conjunto de figuras parecidas a pájaros negros que planeaban desde el saliente hacia ellos.
—Odio las gallinas...—comentó Daesuke.
—¿Existe algo que no odies, Dai? —preguntó Alina poniendo los ojos en blanco.
—Probablemente él mismo —respondió Elio.
—¿Puedes dejar de llamarme Dai? Soy el Demonio Supremo Daesuke, no Dai –rezongó Daesuke por centésima vez.
—Daesuke es demasiado complicado, me da pereza –respondió ella.
Antes de que Dai pudiese replicar, cinco pares de ojos observaron las figuras en su trayecto, expectantes hasta que tocaron tierra firme a unos metros del grupo. Ian encabezaba el comité de bienvenida de cuatro personas. Tres de las figuras se encaminaron a la ladera de la montaña sin siquiera posar la mirada en el grupo de viajeros, ninguna palabra de saludo. Ian, sin embargo, se acercó a ellos con su radiante sonrisa y cabellos de oro, sus alas cubiertas tras la capa color ocre.
—Bienvenidos. Me alegra que finalmente tengan el gusto de conocer nuestra capital. Estábamos esperando su llegada, hace unas horas uno de los vigilantes nos informó que venían en camino.
—Muchas gracias, Ian. Estamos ansiosos por conocer tu ciudad natal —dijo Alina con cortesía haciendo caso omiso del resoplido de Dai.
—Entonces no perdamos tiempo, el comité se encuentra en la entrada a la ciudad aguardando conocerlos. Pero antes de seguir permítanme ponerles al tanto de ciertas cortesías a la hora de conocerlos —dijo Ian, seguramente una clase dedicada particularmente a Alina—. Ante encontrarse con algún miembro del comité, por educación, uno debe hacer una reverencia poniendo la palma derecha sobre el centro del pecho y luego la izquierda encima de la derecha, siguiendo con una inclinación del torso y un cerramiento de los párpados —explicó Ian mientras hacía una demostración—. Si se trata de una persona normal, una ligera inclinación de la cabeza y el cerramiento de los párpados bastan.
Alina respondió que había entendido la explicación, aunque se había perdido en la mitad del discurso, y el grupo comenzó su marcha hacia la ladera de la montaña. En ella, Alina divisó a los otros tres eleutherianos, con sus cabellos dorados trabajando sin esfuerzo en lo que parecía ser una gran cabina de madera entre unos rieles de metal oscuro y sobre una plataforma también de metal que se encontraba semi-escondida tras unos peñascos. Pronto la chica se dio cuenta de que se encontraba frente a un ascensor improvisado. Mierda, pensó, ellos vuelan, ¿desde hace cuánto no usan esta jaula de la muerte? Los tres eleutherianos, actuaban como si no se percataran de la existencia del grupo de viajeros. Vestían ropas similares a Ian; túnicas blancas ajustadas en la cintura por una faja también blanca, y en su espalda una capa color ocre que cubría sus alas.
Los viajeros e Ian subieron a la cabina y uno de los alados jaló tres veces una cuerda que trepaba por la ladera sujetada por unos enganches de madera casi imperceptibles, para luego alejarse una distancia prudencial de la cabina. El ascenso comenzó tan rápido y tan de golpe que Alina perdió el equilibrio y se aferró a lo primero que pudo sujetar, resultando ser el brazo de Dai. Para su sorpresa, Dai se encontraba tan concentrado en no marearse, en sujetarse y en cerrar sus ojos herméticamente, que no dijo una palabra ni rechazó el aferramiento de Alina. Elio se encontraba sentado, con las rodillas dobladas y su cabeza entre ellas, mientras que Mayra y Emir respiraban profundamente con la vista perdida en el vacío, aferrados a unos agarres de la cabina. La jaula de la muerte comenzó cada vez a ir más rápido y la sensación de vértigo y vacío en su estómago aumentó al punto que casi gritó. Mirar por la abertura a modo de ventana, tampoco ayudaba. ¿Cuán seguro es este mecanismo ¿A cuánto estamos del suelo? Si se rompen las cuerdas caemos al vacío hasta escracharnos contra el suelo, pensó Alina. El miedo se transformó en pánico y se encontró cerrando los ojos tan herméticamente como podía y apretando tan fuerte el brazo de Dai que sus uñas se clavaron en él, pero el chico no hizo ningún movimiento. Alina había escuchado una vez que cerrar los ojos en este tipo de situaciones era peor y aumentaba la sensación de vacío. La persona que dijo eso de seguro no se subió a esta jaula y miró por la abertura, pensó.
Después de lo que pareció una eternidad, la cabina se detuvo con un ligero golpe y un sacudón. La única persona al parecer inafectada por el trayecto, Ian, salió con su paso suave y se detuvo a esperar al resto. Tambaleándose, Mayra y Elio salieron, la primera todavía respirando fuerte y el segundo susurrando un "Estoy seguro de que estás ansiosa por la bajada" y guiñando un ojo hacia Alina salió con un salto. Con sólo pensar en el descenso, la sensación de vacío volvió al estómago de Alina. Emir se levantó pálido, sudoroso y sorprendentemente callado, y caminó hacia el borde del saliente. Dai salió de su trance sacudiendo la cabeza y percatándose por primera vez de las uñas aferradas a su brazo.
—¿Podrías, si no es mucha molestia, sacar tus garras de mi brazo antes de que lo desgarres? —exclamó con furia y sin esperar sacudió su brazo con fiereza para librarse de su carga mientras se encaminaba hacia la salida.
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Maestra del Alma
FantasyAlina despierta en un mundo diferente al suyo y mientras intenta determinar si está loca o no, se ve sumida en una guerra ancestral liderada por una enigmática chica llamada Mayra. Recorriendo este extraño mundo al que llaman Babia en busca de aliad...