1. Despertar

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Alina despertó con un inmenso dolor de cabeza y la espalda tan rígida como si hubiese dormido enroscada cual tirabuzón. Maldijo haber dormido tan tensa, aunque era cosa normal en ella amanecer con contracturas y dolores. A veces incluso se despertaba con los puños tan firmemente cerrados que las marcas de las uñas en la palmas de sus manos permanecían durante varios minutos. Lentamente abrió los ojos moviendo su cuello y sus muñecas para descansar sus músculos, en seguida notando que algo a su alrededor no estaba bien.

En lugar de encontrarse en su habitación, se descubrió en un bosque verde y silencioso, rodeada por el olor característico de naturaleza pura. Lo primero que pensó fue que seguía soñando pero pronto descartó la idea y comenzó a preocuparse.

¡¿Dónde demonios estoy?!, se preguntó con un sobresalto.

Lo último que recordaba era estar en su cama intentando dormirse como todas las noches. No era sonámbula, y el primer bosque cerca de su casa quedaba a kilómetros de distancia. Mirando hacia abajo noto que vestía sus pijamas, o el rejunte de ropa vieja a lo que llamaba pijamas, y no parecían sucios ni desgarrados.

Se levantó rápidamente, poniéndose en guardia llevando su espalda hasta el árbol más cercano mientras miraba a su alrededor en busca de alguien sospechoso. ¿La habría raptado algún pervertido? ¿Se encontraban bien sus padres y su hermana? Entrando un poco en pánico buscó, sin muchas esperanzas ni resultados su celular alrededor. Piensa, ¿cómo hacía la gente antes de los celulares en este tipo de situación?, se preguntó respirando hondo intentando calmarse y despejar su cabeza. Mirando hacia el cielo sólo pudo distinguir las lejanas copas de los árboles, pero no podía ver en qué posición estaba el sol y, por lo tanto, no podía orientarse. Tenía que irse y buscar ayuda antes de que volviese quien fuera que la trajo a este lugar.

Sintió pasos. Aterrorizada buscó a su alrededor alguna piedra o algo que pudiese usar como arma, pero sólo descubrió hojas húmedas por el rocío. Miro fijamente el lugar de donde provenía el sonido y clavó las uñas en la corteza del árbol a sus espaldas intentando convertirse en parte de él y silenciar los fuertes latidos de su corazón.

Espiando por entre unas ramas bajas, Alina distinguió que llegaban cinco caballos. Uno de ellos estaba elegantemente arreglado y era montado por un hombre que vestía una sencilla túnica celeste y sonreía como si estuviese en un día de campo común y corriente mirando en todas direcciones. Le antecedían dos caballos casi sin arreglar que eran cabalgados por dos chicos que se peleaban entre sí, aunque Alina no podía distinguir lo que decían. Uno de ellos era flaco, menudo y hablador, mientras que el otro con actitud desinteresada lo miraba de reojo, sonreía y esperaba la oportunidad para lanzarle pequeñas pelotitas rojas. El cuarto caballo era tan blanco que parecía pintado a mano, contrastando con su jinete que estaba cubierto enteramente por una capa gris.

La figura no hablaba ni se movía aunque cada tanto las pelotitas coloradas cambiaban de dirección repentinamente hacia el chico que las estaba tirando. Cuando ocurría, una pelotita roja era enviada de inmediato hacia la figura encapuchada, aunque nunca llegaban a tocarla cayendo al suelo como si hubiesen chocado contra una pared invisible.

Los jinetes llegaron finalmente hasta el conjunto de árboles donde Alina se encontraba escondida, quien por un momento pensó en salir al descubierto y enfrentarlos pero ganó el miedo ante la valentía.

—¿Dónde está? —preguntó el chico hablador— No veo a nadie.

—Que poco perceptivo —reprochó el hombre sonriente, sus ojos fuertemente delineados.

—Yo tampoco veo a nadie —intervino el lanzador de pelotitas.

—¿Qué les enseña Misael durante todas esas horas? —preguntó el hombre, más para sí mismo que para el resto—. Hola, personita escondida detrás del árbol, venimos a ofrecer nuestra ayuda.

Maestra del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora