57. La entrega de los cetros

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Alina contuvo el aliento cuando miró por primera vez el despliegue del ejército completo desde la cima de una colina, ordenado en batallones correspondientes a cada pueblo. Incalculables personas miraban cómo la iluminaba se preparaba para entregar los cetros a cada uno de los representantes de los pueblos, ojos expectantes en la colina. En su gran mayoría eran gaeleanos, claramente el pueblo con más habitantes de todo Babia, pero no necesariamente más poderoso. Los battousanios, siendo casi la tercera parte asustaban más que cualquiera de los otros pueblos juntos, con sus miradas fervientes y deseosas de lucha para probar su honor.

A su izquierda, Dai y Suke se movían incómodos en movimientos sincronizados e instintivos. A su derecha Elio seguía con una mirada distante a Mayra, quien caminaba a un costado de la plataforma dónde los líderes de los cinco pueblos esperaban con ansias. Hikaru, por su parte, refregaba nervioso sus manos sintiéndose fuera de lugar en tal posición de honor al lado de Elio. La ceremonia sería corta para poder seguir el camino hacia las montañas rocosas del norte, pero era imprescindible para causar el impacto deseado en los soldados.

Un conjunto de trompetas y tambores tocados por gaeleanos dieron comienzo a la ceremonia, dando lugar a que Misael y Saladín subieran a la plataforma seguidos de varios acompañantes sosteniendo los cetros. Alina se sintió un poco desilusionada al ver que los famosos símbolos eran sencillos en su construcción y no llamaban para nada la atención. ¿Dónde estaban las reliquias que tanto les había costado conseguir? Los cetros parecían ser simples ramas de madera retorcidas y labradas, con algún detalle plateado. Al moverlos, parecían emitir suaves sonidos de acuerdo a la dirección, pero no tenían mucho más de especial.

A diferencia de como los había conocido, Saladín y Misael se mantenían en un respetuoso silencio y no se dirigían comentarios hirientes, mientras hacían una estudiada reverencia a la iluminada. Pero había algo más, Alina notó concentrándose. No sólo era respeto sino una mezcla de tristeza, admiración y nostalgia lo que los tenía enmudecidos.

Mirando mejor a Misael, notó que el anciano lloraba sin ruido, gordas lágrimas cayendo por sus mejillas y rostro hinchado llevando sus ojos permanentemente a los cetros. Todos ellos tenían un pequeño detalle que Alina no se había percatado en un principio, un sobre de tela hecha de tul y adornado con hilos de colores. Saladín no lloraba pero tenía la vista desenfocada, como si estuviese a miles de kilómetros de allí.

—Elio, ¿qué demonios está pasando? ¿Por qué está llorando de esa forma el anciano más amargado de toda Babia? —preguntó en susurros sin apartar su mirada de la plataforma.

—Saladín y Misael tienen una larga historia. He sentido decir que las obras creadas por el poder de las formas son más fuertes cuando el Maestro incluye algo importante para él en ella. Algo que les de sostén y conexión permanente con su poder.

—Debe ser importante también para el viejo si lo afecta tanto –acotó Dai.

—Creo que es lo que está guardado en esos saquitos de tela –agregó Alina conteniendo las ganas de señalar con su dedo índice.

—Sólo ellos deben saber qué hay ahí dentro –dijo Elio.

—Si Marina estuviese aquí ya hubiésemos descubierto qué es lo que ocultan –agregó Hikaru triste.

Lentamente Mayra tomó cada uno de los cetros y los entregó a los líderes de los pueblos de Babia.

El Príncipe Mental hizo una reverencia a la iluminada y tomando el cetro con delicadeza lo mostró los soldados, quienes se arrodillaron en admiración ante el aumento del brillo proveniente del singular personaje.

Rashieka, su cara pintada de colores, lanzó un estruendoso grito de guerra y revoleó el cetro en el aire en dirección a los soldados generando un grito igual de efusivo no sólo por los battousanios sino por todos, incluyendo Alina. El movimiento brusco el cetro había provocado que el sonido del cuerno de la valentía retumbase en el alrededor.

El eleutheriano representante del comité que nunca había dado su nombre pero aún seguía usando la colita de cabello de Alina, tomó el cetro como quien toma un bastón y lo modeló como un rey en su coronación. Al moverlo, el cetro estalló en sonidos semejantes a los anunciadores y los eleutherianos se llevaron su puño derecho al corazón, lágrimas de emoción corriendo por sus mejillas al escuchar algo que creían haber perdido.

Gair tomó su cetro con una sonrisa e hizo crecer flores de colores a lo largo de la madera. Lejos de ofenderse, Saladín y varios de los presentes sonrieron y a lo lejos, desde donde los soldados los miraban, comenzaron a llover pétalos de colores.

Los líderes de las logias tomaron juntos el cetro y lo posaron entre ellos, sus rostros ocultos tras sus diferentes y llamativas capas. Consistentes con la cultura de su pueblo, no hicieron otro despliegue más que inclinar levemente sus capuchas en la dirección de la iluminada, quién devolvió la reverencia con evidente respeto.

¿Qué era que hacía que unos meros objetos iluminaran a los líderes como luciérnagas en un mar de desesperanza? Alina no lo sabía, pero sintió como los ánimos conjuntos de todos los presentes se aligeraban en orgullo al verlos.

Mayra se acercó caminando hacia dónde Alina se encontraba aún pensando sobre el significado del efecto que tenían los cetros en la moral de los soldados. En la plataforma, los líderes comenzaron a retirarse con el cetro en mano y los batallones a romper sus formaciones.

—¿Ahora qué? –preguntó Alina cansada ya de estar parada.

—Ahora sólo queda la guerra –respondió Mayra con la voz entrecortada.

Alina tomó su mano izquierda, Elio su derecha, ambos entendiendo el esfuerzo que estaba haciendo Mayra por no quebrarse en pánico allí mismo e intentando transmitirle toda la fuerza posible.

—Terminemos con todo esto —exclamó la iluminada.

Maestra del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora