47. Los dos hermanos

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Eran idénticos en todo aspecto, hablaban igual, se movían igual, su apariencia era igual. Desde su vestimenta y corte de pelo hasta el último lunar, no había diferencia alguna. Observarlos traía un dolor punzante entre ambos ojos y nauseas incontrolables. No había dudas de que se comunicaban sin palabras, puesto que aunque pasaban horas sin emitir sonido sus acciones se coordinaban a la perfección. Mientras uno buscaba leña para una fogata, el otro ya estaba pescando y mientras el uno cocinaba el otro iba a buscar agua al rio.

Cuando sí hablaban lo hacían con palabras sueltas sin armar frases, y aunque Alina intentaba seguir el diálogo, parecían jugar con ella intercambiando los roles en la conversación. A veces uno respondía su propia pregunta, o hacía lo que le había pedido al otro que hiciera. Era imposible distinguirlos. Incluso roncaban sincronizados cuando dormían y Alina sospechaba que aunque tomaban direcciones diferentes también iban a hacer sus necesidades al mismo tiempo.

Alina se mantenía hecha un ovillo, abrazando sus propias piernas, en una de las esquinas de la húmeda y fría cueva en donde habían encontrado refugio. Los dos Dais la ignoraban por completo aunque siempre le daban un plato de comida con desgano. Las pocas veces que la miraban, lo hacían con desprecio y sólo por un instante, seguido siempre de alguna acción coordinada que volvía a generarle náuseas.

Al siguiente día de llegar a la cueva, un poco más calmada, comenzó a notar que los Dais se comportaban más perturbadoramente sincronizados o intercambiaban personalidades cuando ella los estaba observando. Lo hacían a propósito, una especie de juego u hostigamiento hacia ella. Esto fue lo que necesitó Alina para salir de su estado de shock y distraerse de sus pesadillas, lograría distinguirlos aunque le costase todo un año.

Con el ánimo renovado, focalizó todas sus energías en observarlos lo más disimuladamente posible. Salía a caminar por los alrededores de la cueva mirando de reojo qué estaba haciendo cada uno, o intentaba fisgonear detrás de un árbol, pero siempre parecían darse cuenta que estaba allí.

Cambiando de estrategia, si no podía reconocerlos físicamente o por sus comportamientos, tendría que reconocerlos por su personalidad. Durante el siguiente par de días siempre acompañaba a uno u a otro, intentando seguirlos permanentemente para poder reconocer con cuál de los dos estaba hablando.

—¡Deja de seguirme! –exclamó el primer Dai que comenzó a seguir cuando se cansó de ignorarla.

—No quiero, estoy aburrida y cansada de estar en esa apestosa cueva –respondió.

—No me importa, vete a juntar hongos por lo que a mí me concierne. Déjame en paz.

—No se reconocer los comestibles, ¿quieres que te intoxique?

—Pues encuentra algo en lo cual ser útil o mejor aún, ¡vete!

—Ya lo encontré, me enseñarás a pescar.

Alina sintió un ruido detrás de ellos y el segundo Dai apareció. Concentró toda su mente en seguir a los dos Dais y no dejar que ninguno escapara de su vista, pero manteniendo su rostro con una sonrisa que esperaba pareciera natural.

—¿Estás hablando en serio? –preguntó el segundo Dai con una mueca.

—Sí, ¡vamos será entretenido! Tendremos más comida para el almuerzo, lo cocinaré yo.

—Aprende tu sola, no tengo la paciencia –respondió el segundo Dai con un suspiro.

Los Dais se separaron, ¿a quién seguiría? ¿Al Dai que terminó la conversación o al que la empezó? No iba a caer en su juego, el segundo Dai había aparecido para distraerla, era el primero quien estaba yendo al rio. Siguió al primero al arroyo sentándose a su lado en una roca.

Maestra del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora