50. Abandonada

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Cuando volvió al campamento, todavía tiritando y goteando, vio a Dai con la espalda a una roca tallando un trozo de madera con un cuchillo ignorando su llegada por completo. Cerca del fuego Suke parecía querer estar en cualquier lado excepto entre ellos dos, incluso parecía un poco sonrojado, aunque podía ser a causa de las llamas.

—Toma –dijo acercándole una manta sin hacer contacto visual –Envuélvete en esto y pon tu ropa a secar cerca del fuego.

—Gracias –dijo tomando la manta agradecidamente.

—La próxima vez, prepara un fuego cerca de la orilla –agregó lanzando una mirada brevemente a Dai, que continuaba ignorando la situación.

—¿No fue la decisión más inteligente, verdad?

—Definitivamente.

—Olía... y la ropa tenía sangre... y mi cabeza parece un lugar ideal para que pájaros empollen sus huevos –excusó Alina resignada.

Suke sonrió, y esa fue la primera victoria de Alina. Porque Dai nunca había sonreído de esa forma desinteresada y dulce, siempre era con sorna o mostraba todos sus dientes en una gran sonrisa. Nunca nada a medias tintas, o sonreía ampliamente o no. Suke era un viento fuerte en una tormenta, es verdad, pero Dai era un huracán. Alina fue hacia la cueva, ignorándose mutuamente con Dai, se quitó la ropa y se envolvió en la calentita manta que Suke le había prestado.

Alrededor del fuego Suke había clavado unas ramas y Alina colgó su ropa en ellas, luego se sentó a mirar las llamas mientras se secaba. El chico frente a ella seguía sin mirarla directamente, pero Alina notó que sus mejillas estaban aún más coloradas.

—¿Te estás sonrojando? –preguntó divertida, mejor hacer la situación un poco más amena entre ellos.

—¡No! –contestó duramente, pero su rostro se iluminó de rojo aún más.

—¡Si lo estás! –dijo riéndose un poco.

—Ya te dije que tenemos cosas más importantes de lo que preocuparnos que tú bañándote en un impulso.

—Basta de teatro, Suke. El que dijo eso fue el pervertido de Dai

—Yo soy Dai.

Alina suspiró y lo dejó correr. Pasaron unos minutos que los hermanos parecían moverse incómodos al unísono hasta que Suke la miró sonrojado furiosamente.

—Hay una chica, desnuda, usando mi manta para taparse, ¿y tú quieres que no me sonroje?

—En realidad, me dejé la ropa interior puesta –se burló Alina.

Suke hizo un sonido indistinguible y se llevó las palmas de las manos a los ojos como queriendo borrar una imagen. Ambos sintieron un golpe y vieron el cuchillo de Dai clavado en el suelo, la madera apartada a un lado.

—¡Me tiras rocas a mí y luego te burlas sonriendo como discapacitada mental con él! –gritó y sin más palabras se alejó del campamento mirando fuerte.

Alina miró a Suke y vio sorpresa en sus cejas levantadas, para luego dejar caer la máscara Daesuke de los primeros días en su rostro. Su sonrisa fácil y rubor habían desaparecido. Esa fue la segunda victoria de Alina, Dai admitiendo que él y Suke eran dos personas completamente diferentes, pero no se sentía como si hubiera ganado.

No entendía si se sentía enojada, culpable o dolida, pero no lo reflexionó mucho y, enganchando las puntas de la manta detrás de su cuello para crear una especie de vestido, salió detrás de Dai pisando igual de fuerte que él.

Maestra del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora