Parte 8

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No sé en qué momento deseé que llegase el recreo. Nada más terminó la clase Martina se dirigió hacia mi mesa hecha una furia. Su mirada quemaba ya desde lejos, y la intensidad se acrecentó conforme se acercaba, con los puños apretados.

—¿Cómo coño se te ocurrió omitir el hecho de que Moreno vivía EN TU CASA? —Acabó aumentando el tono. De hecho, la simple palabrota que había incluido en la frase ya era un acontecimiento, pues ella era toda paz y tranquilidad. Debía de estar muy enfadada.

—No me pareció importante... —Me excusé con un hilito de voz, mientras metía los libros en la mochila.

—¿Que no te pareció importante? —Me gritó Naiara, saliendo de detrás de ella. Por suerte ya no quedaban alumnos en el aula—. ¿¿Que no te pareció importante?? —Volvió a repetir, por si acaso no me había enterado.

—No encontré el momento... —Continué, sin saber muy bien como abordar la situación, y pidiendo ayuda a Diego con la mirada. No acudió a mi rescate, tal vez por miedo a que le salpicase a él también. Cogí mi almuerzo e intenté escapar, pero me siguieron con la bronca escaleras abajo.

—¡¿Y qué te parece el momento en el que te lo presenté?! —Martina hizo un aspaviento y golpeó sin querer a una alumna de primero, que pasaba por allí.

—Sí, bueno, eso no estuvo del todo bien. —Reconocí.

—¡Que no estuvo del todo bien, dice! —Se indignó Naiara.

—Él tampoco dijo que me conociera, y no os veo recriminándole nada.

—Señoritas. —La voz de Rafael sonó a mis espaldas, sobresaltándome—. Me giré a tiempo de ver su mueca socarrona antes de que la escondiese.

—¡Hola Moreno! ¿Qué tal? —Preguntó Martina con una repentina sonrisa en el rostro.

"¡Lo acabas de ver en clase! ¿Cómo va a estar?" Le grité mentalmente, crispada.

—Sin más. —Se encogió de hombros.

—No sabíamos que vivías con Lucía.

—Ya, tal vez se me pasó comentarlo ayer. —Le respondió, pero en lugar de mirarla a ella me estaba mirando a mí, fijamente. Aparté la mirada.

Naiara soltó una risita. —Un despiste lo tiene cualquiera.

¡Será posible! ¿Quiénes eran estas chicas y qué habían hecho con mis amigas? Miré con complicidad a Diego, pero estaba pendiente de algo detrás de mí.

Me giré, y vi que ese algo eran Pamela y sus dos amigas, que se acercaban a nosotros.

—¡Hola chicos! —Nos saludó con una confianza que no teníamos—. ¡Qué aburrimiento de clase! ¡Creí que me iba a quedar dormida en cualquier momento! —Y soltó una risita. Mis amigos la miraron perpleja. Yo, por mi parte, sólo fui capaz de pestañear. Creo que esa era la primera vez que se dirigía a nosotros en toda nuestra escolaridad compartida—. Mañana doy una fiesta en mi casa, espero veos a todos allí.

Tras un segundo de confusión generalizada, Martina y Naiara dijeron al unísono —¡Claro! ¡Cuenta con nosotros!

Y me pregunté si en ese "nosotros" nos estaban incluyendo a Diego y a mí, porque yo no pensaba ir. Todavía estaba bloqueada por tal despliegue de simpatía.

—¿A qué viene esto? —Pregunté, sin poder contenerme.

—¿La fiesta? —dijo Pamela—. Aprovecho que mis padres estarán fuera y tengo la casa libre. —Me guiñó un ojo, y sus dos amigas asintieron con la cabeza detrás de ella.

—Me refería a la invitación. —Aclaré. Rafael me miró con curiosidad, y sentí a Diego encogerse de la vergüenza a mi lado.

—¡Qué cosas tienes, Lucía! —Pamela soltó una risita falsa. Me sorprendió que supiese mi nombre—. Somos compañeras desde hace años, ¿cómo no iba a invitarte?

"Por la misma razón por la que no me has invitado el resto de años", pensé, pero lo dejé estar.

—Íbamos a ir al Cavas. —Les recordé. Lo habíamos planeado hacía tiempo, tenía ganas de conocer ese bar.

—Ya iremos mañana. —Naiara me dio largas, y Pamela le sonrió. Después se giró hacia Rafa. —Moreno, ¿vendrás?

Él seguía mirándome, y tardó un par de segundos en arrastrar la vista hacia ella.

—Eh, sí, claro... —Hizo una pausa deliberada—. ¿Cuál era tu nombre?

—P-Pam . —Respondió, ruborizándose ligeramente. Dudaba que alguna vez lo hubiese tenido que repetir a ningún chico, y menos una hora después de haberse presentado.

—Ahí estaré, Pam. —Prometió con una voz descaradamente sensual que provocó que ella tomase una abrupta respiración—. Hasta luego chicas. —Se despidió presumiblemente de mis dos amigas, ignorándonos a mí y a Diego.

Todas lo observaron alejarse con sus andares chulescos, y encenderse un cigarro antes de llegar al portón.

—Bueno, os veo pues esta noche. —Nos dijo la anfitriona de la fiesta, con bastante más desgana que unos segundos antes, y las tres se alejaron.

Naiara intentó reprimir un gritito entusiasta. —¡Siempre he querido ir a su casa! ¡Dicen que es vecina de Enrique Bunbury! —Martina le sonrió abiertamente, compartiendo sus ganas.

—¿De Bunbury? —Preguntó Diego, fan incondicional de los Héroes, que parecía haber encontrado repentinamente su voz.

—¡Qué planazo nos ha surgido, chicos!

Puse los ojos en blanco. Estaban tan emocionadas que no sólo habían olvidado su enfado conmigo, sino que también habían pasado por alto el hecho de que nuestra invitación era, simplemente, una excusa para invitar a Rafael.

—Yo paso. —Anuncié.

—¿Qué? ¡No! —Las dos volvieron a hacer filas para enfrentarme—. No nos puedes dejar solos.

—¿Es que tú vas a ir, Diego? —Le miré. Estaba algo ausente esa mañana.

—¿Seguro que es vecina de Bunbury? —Se limitó a contestar.

Chasqueé la lengua. Esta situación empezaba a enfadarme.

—Es lo menos que puedes hacer después de tu deslealtad de ayer. —Naiara parecía decidida a utilizar hasta el más estúpido de los argumentos.

—¿Llamas deslealtad a una pequeña confusión?

—Vendrás y no hay más que hablar. —Enroscó su brazo en el mío y me arrastró hasta un banco.

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