Parte 53

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—¿No me hablas? —Me preguntó Rafael después de haberme saludado hasta en dos ocasiones. Apoyó el hombro con despreocupación en el marco de la puerta del salón, y me observó con curiosidad—. Ya me he disculpado con Diego. —Comentó tranquilamente cuando no obtuvo respuesta por mi parte.

Cerré de golpe la revista que estaba leyendo y la lancé a la mesa. Pasé echa una furia por su lado, pero me agarró del codo y me detuvo.

—Lucía... —Empezó, pero yo me solté con brusquedad.

—¡Déjame-en-paz! —Le grité, y subí escaleras arriba. Estaba tan enfadada que me sentía incapaz de tener una conversación con él. Di un portazo en nombre de todas las palabras frustradas y me encerré en mi cuarto.

Estaba agotada, y aún más nerviosa si cabe. Intenté dormir, pero la mala leche me lo impidió.

Después de dar innumerables vueltas en la cama opté por ver una peli en el portátil. Cualquier cosa antes que salir de la habitación y encontrarme con él.

Doblé el almohadón para apoyar la espalda y puse el ordenador a mi lado, sobre el colchón.

Ya había visto Tre metri sopra il cielo, pero no me cansaba de la versión italiana. La atrayente voz de Riccardo Scarmacio llenó la estancia.

Empezaba a adormilarme cuando mi pesadilla viviente se materializó en la puerta de mi habitación. Así, sin llamar ni nada.

—Lucía. —Enarcó una ceja al ver el panorama—. ¿Tienes una proyección privada y no me has invitado? —Inquirió con sorna, e hice mi mejor papel en ignorarle. Me concentré en los preciosos ojos de Step—. Vale, ayer organicé un poco de follón, sí, pero tranquila que si te pone celosa que traiga a chicas a casa no lo haré más. —Me tuve que morder la lengua para no contestar, y ante semejante acusación me costó lo mío. Sin embargo sabía que lo estaba haciendo para que entrase en su juego, y no lo iba a conseguir. Le eché un vistazo y pude ver su expectación, su necesidad de que le siguiese la corriente. Los ojos de Rafa no podrían calificarse como preciosos, pero eran tan profundos que te podías perder en ellos. Aparté la mirada y la pegué a la pantalla.

Prácticamente sentí la nube de enfado que iba tomando forma alrededor de él antes de que decidiese marcharse dando un portazo a mi propia puerta.

Recuerdo haber oído los rítmicos golpes en el saco de boxeo antes de caer rendida.

El resto de la semana se comportó de forma rarísima. En casa a penas coincidía con él. Se levantaba más tarde que yo para ir al instituto (aunque siempre estaba puntualmente para la primera clase), y llegaba bastante tarde del taller. Por las horas que eran tenía claro que me estaba evitando, pues ningún establecimiento abría hasta las once. Tampoco comía ni cenaba en casa. Empezó a mostrarse súper amable con mis amigos y a detenerse a hablar con ellos de cualquier chorrada siempre que nos lo encontrábamos. Dedicaba sonrisas baja-bragas a Naiara y Martina continuamente y hacía bromas con Diego. Sin embargo a mí me ignoraba por completo, ni siquiera me saludabada. Se comportaba como si no existiese.

Pese a los intentos más que evidentes de Pamela por recuperar su atención, él se había echado un nuevo grupo de admiradoras que le esperaban impacientes en los recreos. Parecía tener especial feeling con Paula, una preciosa morena de primero. Se sentaban en el banco de la esquina del patio y él se las camelaba con sonrisas seductoras mientras fumaba tranquilamente un cigarro tras otro, sin preocuparse de estar dentro del recinto escolar. Alguna que otra vez me pareció pillarlo observando en mi dirección, pero cuando levantaba la vista nunca estaba mirando más allá de su grupo de chicas.

Con tanto despliegue de simpatía hacia todo el mundo excepto hacia mí, llegué a pensar que estaba intentando establecer un tira y afloja, una manera diferente de llamar mi atención. ¿Se podía conseguir la atención de alguien usando la total indiferencia? ¿Realmente todo eso estaba pasando, o era yo la que le estaba dando demasiadas vueltas al asunto? ¿Y qué hacía perdiendo tanto tiempo en analizar su comportamiento?

El viernes en clase de Filosofía Pablo me pasó una nota. Teniendo en cuenta que él estaba en la segunda fila y yo en la última, fue bastante notorio, pues tuvo que pasar por cinco manos hasta llegar a mí. "¿Te apetece que quedemos mañana para estudiar? Soy el mejor profesor de Matemáticas que puedas encontrar", acompañado por una carita sonriente. Era la tercera vez que se ofrecía. No tenía nada que perder, y necesitaba mejorar en la asignatura desesperadamente. Cuando acabó el instituto intercambiamos los números de teléfono y quedamos en vernos el sábado por la mañana en la biblioteca de la Facultad de Económicas.

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