Parte 66

133 14 1
                                    

Bruno se levantó sobre las patas traseras al vernos, y casi nos tira al suelo. Conseguí que se tranquilizase, y puse rumbo a la cocina.

—Al cuarto de baño. —Dijo con voz ahogada—. Cuanto antes.

Le eché un vistazo. Estaba palideciendo por momentos.

Ni siquiera sé cómo pudimos subir hasta el segundo piso, pero una vez que estuvimos allí Rafa se arrodilló junto al inodoro.

—Ahora vete.

—¿Qué? ¿A dónde? —Le pregunté.

—A dormir. Yo qué sé. Pero vete. —Estaba encorvado sobre el váter y no podía verle la cara—. No quiero que me veas así. —Su voz apenas fue un susurro, que terminó abruptamente con una arcada. Entonces empezó a vomitar.

Todas las veces que mis amigos habían pillado una buena cogorza y habían acabado vomitando yo había huido lejos de ellos, incapaz de estar cerca de una estampa tan desagradable. En este caso no lo hice, no quería separarme de él. Me quedé quieta, sin hacer nada. A las chicas se les retira el pelo de la cara... pero ¿qué se le puede hacer a un chico como Rafa?

Tiró de la cadena y exhaló un suspiro. Esperé a que se levantase, pero siguió abrazado al váter. Me senté en el suelo, a su lado.

—¿Puedes irte ya? —Suplicó, la vista aún fija en los chorros de agua que surcaban la piedra blanca.

—¿Te molesta mi presencia?

—Enormemente. —Dijo, pero parecía avergonzado.

—Pues tendrás que aguantarte porque estás en mi casa, Rafael.

Una minúscula sonrisa tiró de las comisuras de su labio partido. Se giró para mirarme. Tenía los ojos rojos y humedecidos por el esfuerzo.

—Creo que no voy a volver a pedirte que me llames Moreno. Eres un caso perdido y yo ya me he dado por vencido contigo.

—Está bien que te retires a tiempo.

—Me he acostumbrado ya. Puede que hasta me sintiera raro si no lo hicieras.

Empezó a quitarse la cazadora y una mueca de dolor cruzó su rostro. Me acerqué y le pasé las manos por los hombros, ayudándole a desprenderse de ella. La dejé en el suelo.

—Al menos los preservativos han sobrevivido... —Murmuró, echando un vistazo al lugar donde habían caído.

—¿Te acompaño a la cama?

Me sonrió abiertamente, pero la sonrisa se le desdibujó en cuanto la herida le tiró. Aun así no se quedó con las ganas de fastidiarme.

—Eso querrías, nena, pero hoy no podría cumplir como es debido.

—No hables. —Me dolía sólo de verle el labio ensangrentado—. Y no seas tan idiota.

Tuvo otra náusea y volvió a inclinarse sobre el inodoro. Sus hombros se sacudían por el esfuerzo y temblaba.

FRÁGILDonde viven las historias. Descúbrelo ahora