Parte 20

198 18 4
                                    

Cerré la puerta de mi habitación detrás de nosotras, y la encaré.

—¿Qué estás haciendo? —Le recrimé.

—¿Yo? —Preguntó inocentemente, como si no supiera a lo que me refería.

—Tan enamorada de Raúl y estás babeando por Rafael. —La miré acusadora, pero ella se dirigió a mi armario y empezó a rebuscar dentro.

—Que me guste Raúl no quiere decir que no tenga ojos en la cara. ¿O es que me vas a negar que Moreno está buenísimo? —Apartó la vista del armario, esperando una respuesta.

—Sí, supongo. —Sentí que las mejillas me quemaban al reconocerlo en voz alta, y corrí a doblar un par de camisetas que tenía sobre la cama para disimular.

—Esos brazos, y esos tatuajes, y esa sonrisa... —Enumeró, con ojos soñadores, mientras se abrazaba a sí misma.

—Te estás perdiendo, tía. —La corté. Toda la vergüenza se me había ido de golpe al verla tan pánfila. Me acerqué al armario—. ¿Qué buscas, exactamente?

Se pasó casi una hora probándose todas mis camisetas, y mirándose en el espejo desde todos los ángulos posibles. Estuvo otros treinta minutos dudando entre dos tops. Al final conseguí que se llevara ambos a su casa, para que divagase allí todo lo que le diese la gana y me dejase en paz.

Con tanta indecisión nos dieron las ocho de la tarde. Cuando Naiara se marchó no estaban ni Rafa ni Bruno.

Cogí el móvil y casi me muero cuando descubrí que tenía una petición de amistad de Pamela en Facebook. ¿A qué fin? ¡No quería tenerla como amiga! ¿Qué debía hacer? ¿Aceptarla o rechazarla? Pero, ¿cómo la iba a rechazar si la veía todos los días en el instituto? Un momento... ¿Desde cuando importaban los sentimientos de Pamela? Pulsé la casilla de "ignorar petición".

Tecleé la respuesta al mensaje de Diego.

"Se supone que tenemos suficiente confianza como para que me cuentes tus problemas. No puedes guardarte para ti una bomba como esa. Además, quedamos en que no volverías a tener contacto con Julián."

Apareció como conectado antes de que enviase la última frase.

"No soy yo el que lo ha buscado a él. Te lo he contado para que supieras la razón de mi comportamiento de ayer, y no para hablar de ello. No quiero volver a sacar el tema."

Solté un juramento en voz alta. A veces Diego se cerraba en banda. Le conocía lo suficientemente bien como para saber que pretendía estar como si nada pasase, aun llevando la procesión por dentro.

"No me parece bien, pero vas a hacer lo que te dé la gana de todas formas. Ya sabes que estoy aquí si cambias de opinión."

"Te lo agradezco. Te paso a buscar esta noche."

Lo dejé por imposible y cerré el Whatsapp. Escuché cómo se abría la puerta principal, y segundos después Bruno irrumpió en mi habitación.

Desde el piso de abajo llegaba la voz de Rafa y la de mi padre, teniendo una animada conversación.

Conecté el portátil y entré al Skype, pero tal y como imaginaba mi madre no estaba conectada. En la India era ya muy tarde. Sin embargo tenía un email suyo, en el que me decía que no estuviese preocupada por la marcha de mi padre, que yo era una persona muy coherente (sí, claro), y que sabría manejar la situación con nuestro invitado. Por lo visto mi padre se había dado prisa por contarle acerca de mi reacción ante la noticia.

Le contesté brevemente, diciéndole que haría lo que pudiese y que no se preocupase. La verdad es que después de la conversación con Rafa había decidido dedicarle el indulto.

A los pocos minutos me llamaron para cenar y me encontré con un panorama poco habitual.

—¿Telepizza? ¿Desde cuando? —Pregunté, mirando las tres cajas de tamaño familiar que ocupaban toda la mesa.

—Las ha traído Rafael. —Me informó mi padre.

—Para invertir mi primera paga del taller. —Dijo, dedicándome una media sonrisa. Parpadeé.

—Todo un detalle. —Murmuré, sentándome y apartando a Bruno, que parecía haberse vuelto loco con el olor de la salsa barbacoa—. Pero mamá dice que tienes que cuidar tu colesterol.

—Mamá no está aquí ahora. —Mi padre sonrió con complicidad a Rafa y chocaron el cuello de sus respectivos botellines de cerveza. Qué paciencia.

—¿Quieres?

Negué con la cabeza ante el tercer botellín. Me serví agua y cogí una porción.

—¿Hiciste algún Grado Medio de mecánica? —Pregunté, aun sabiendo que era prácticamente imposible debido a su edad. Tal vez en los centros de menores enseñaban algún oficio.

—No.

—¿Y cómo te contrataron sin formación? —Cogí otro trozo, esta vez de carbonara.

—Bueno, digamos que ya había trabajado con el dueño. —Intentó salirse por la tangente, y la mueca de disgusto que puso mi padre hizo que mi curiosidad se disparara.

—¿Qué clase de trabajo? —Inquirí.

—Robar coches no es un trabajo, Rafael. —Nos interrumpió mi progenitor, con el ceño fruncido.

La imagen de él haciendo puentes se formó en mi cabeza. ¿Por eso lo habían metido en un correccional?

—Eso ya es agua pasada, te di mi palabra. —Le dijo en un tono conciliador que no sabía que tenía—. Además Alfredo ya está reinsertado, tiene un hijo y todo.

Mi padre negó para sí mismo, y yo levanté una ceja. Tener un hijo no siempre es sinónimo de sentar la cabeza.

El resto de la cena transcurrió prácticamente en silencio. Mi padre parecía alicaído, aunque no por eso dejó de comer pizza. Increíblemente entre los dos acabaron con todo. Rafa comía muchísimo, a pesar de tener un cuerpo atlético.

Cuando recogimos mi padre se fue al salón a ver las noticias, y Rafa desapareció diciendo que tenía que encontrarse con un colega para tratar un asunto. Le expliqué cómo llegar al Cavas y quedamos en reunirnos allí.

—¡Estoy orgulloso de ti! —Me gritó mi padre desde el salón cuando se marchó de casa.

—No seas tan marujo. —Le grité de vuelta, mientras subía a mi habitación.

Yo nunca había sido de arreglarme mucho, pero esa noche tenía un extraño deseo de hacerlo. Dado que no tenía ropa en condiciones para un sábado noche (y la poca que podía desempeñar el papel se la había llevado Naiara), opté por maquillarme. Me pinté la raya del ojo, me di dos capas de rímel, colorete y pintalabios. Camiseta negra, vaqueros y botas. Lista.






>>> Si os gusta, agradezco estrellitas y comentarios <<< :D

FRÁGILDonde viven las historias. Descúbrelo ahora