Parte 30

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—Rayadas para ti. —Le dije, y me coloqué en otra banda para realizar mi siguiente tiro.

—¡Ey, me toca! —Me dio con el hombro para ponerse él, y casi me caigo al suelo.

—Si supieras lo más básico, sabrías que tengo dos tiros Rafael. —Dije con voz repelente, cuando logré estabilizarme, sujetando el palo con una mano y apoyando la otra en la cadera.

Me enseñó las palmas en señal de rendición, y se alejó un par de pasos para coger su cubata.

Metí un par de bolas más, y fallé el cuarto tiro.

—Tu turno.

—¿Ya me dejas?

—No es que te deje, es que ahora te toca.

—¿Entonces tú mandas?

—Tira de una maldita vez. —Siseé.

Aproveché la eternidad que le costó preparar el tiro para beber un poco de ron. Consiguió darle a una de sus bolas, pero no la acercó al agujero ni de lejos.

Metí una bola más, prácticamente sentenciando la partida, pero en el siguiente tiro metí la blanca.

—Esa no puntúa. —Dijo, todo inocencia.

—Eres un desastre en esto. —Bebí de nuevo del cubata, mientras él colocaba la blanca sobre la mesa.

Cuando me giré para dejarlo en la repisa escuché el sonido de una bola entrando en el agujero.

—Vaya, creo que he perdido. —Anunció, rascándose la nuca—. He metido la negra.

Me acerqué para mirar.

—Eso es imposible. —Le dije—. ¡Ni aunque lo hubieses hecho a idea! —Pero sí, la bola negra que estaba protegida por todas sus bolas debido a su pésimo saque, ahora estaba dentro.

Empecé a reír y paré porque empezó a dolerme la tripa, que si no todavía seguiría.

Rafa se limitó a mirarme, divertido. Después cogió su cubata y me tendió el mío.

—Por la vencedora de la partida de prueba. —Lo alzó.

—Querrás decir por la vencedora absoluta de la noche. —Brindé con él.

—No, he dicho exactamente lo que quería decir. —Dio un sorbo.

—Qué fantasma eres. —Suspiré.

—¿Ahora ya jugamos la partida definitiva?

—Sí, ahora en serio. —Me froté las manos, haciendo alarde de mi superioridad.

Coloqué las bolas mientras él se limitaba a observarme con la espalda apoyada en una columna y los brazos cruzados sobre el pecho.

—Supongo que no querrás sacar. —Me burlé.

—De hecho, sí quiero. —Anunció, separándose de la columna y caminando hacia la mesa.

—Qué paciencia.

Se preparó de nuevo, y volvió a morderse el labio inferior. Los ojos le brillaban ligeramente por el alcohol, y los mechones de pelo le salían disparados en todas las direcciones. Lo llevaba más revuelto que al principio de la noche. Tal vez como consecuencia de su encuentro sexual en los servicios de la discoteca. Inexplicablemente sentí que me ardían las mejillas.

El perfecto sonido de un saque bien hecho me sacó de mis cavilaciones. A ese sonido siguió el inconfundible provocado por una bola cayendo en el mecanismo interno.

—¿Qué...? —Me acerqué a la mesa para constatar que todas las bolas estaba desperdigadas.

—Lisas para ti. —Me apuntó con el palo.

—¿Has metido?

—Claro.

Avanzó con elegancia hasta una esquina de la mesa y apuntó a la bola amarilla. Entró sin problemas.

Después metió otro tiro, este a tres bandas.

—¿Qué diablos estás haciendo? —Exigí saber.

—Jugar en serio. —Me sonrió inocentemente—. Esta es la partida definitiva, ¿no?

—Pero... —El sonido de otra bola entrando me hizo perder el hilo de mis pensamientos.

—Entiéndeme, Lucía. —Se excusó—. Estoy muy interesado en ganar.

Abrí la boca pero no logré emitir ningún sonido. Continuó tirando hasta meter seis de sus siete bolas.

—Y para que veas que soy un caballero, —comentó, mientras apuntaba a la blanca—, te cedo el turno. —Y la metió deliberadamente, provocándome un ataque de furia inaudito.

—Tú. —Avancé hacia él señalándolo con un dedo acusatorio—. Traidor sin escrúpulos. —En lugar de enfadarse por el insulto sonrió—. Me has engañado, ¡sabías jugar!

—No preguntaste.

—Eres un traidor. —Repetí.

—La partida aún no ha acabado. —Dijo—. Si eres tan buena como dices serás capaz de remontar. —Me hizo un gesto hacia la mesa.

Me agaché para sacar la blanca, y la coloqué en su lugar. Intenté concentrarme pese a la borrachera. No podía permitirme el lujo de fallar ningún tiro.

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