Parte 88

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—Sí. —Me encongí de hombros y procedí a abrir la tapa de la tarrina.

—¿Y?

—¿Y qué?

—¿Qué rollo te traes con él?

—Ninguno. —Ahora la que lo miró raro fui yo.

—¿Te viene a buscar aquí? —Insistió—. ¿Para ir a dónde?

—Para ir a casa, obviamente.

—¿Te gusta? —Enarcó una ceja.

—¿Rafa? —Abrí mucho los ojos—. ¡No, por dios!

—¿Por qué no?

—La pregunta es por qué debería.

—A todas les gusta. —Respondió, y abrió su postre.

Sacudí la cabeza.

—A todas les gusta la idea que tienen de él. No creo que lo conozcan en realidad. —Toda esa retahíla salió disparada de mi boca, sin que me diese tiempo a pensarla en condiciones.

—¿Y tú sí lo conoces?

—No, tampoco. —Reconocí con cierto pesar. Desde la noche anterior se me antojaba como un enigma—. Pero está claro que no es el imbécil que creí al principio.

—Entonces no te gusta pero ya no lo odias. —Concluyó.

—En realidad es bastante agradable tenerlo en casa. —Murmuré, revolviendo los pedazos de chocolate con la crema—. Estaba tan acostumbrada a estar sola que ya no me acordaba de lo que era tener compañía. Además creo que le falta cariño.

—¿Y tú se lo vas a dar, pillina? —Diego puso una voz de gay total. Lo fulminé con la mirada.

—Te informo de que hay otros hombres en mi vida. —Contesté, crispada.

—¿Te refieres a tu padre?

—Idiota. —Él rió. No se sentía culpable en absoluto—. He quedado con Pablo mañana por la noche. —Anuncié lentamente—. Para cenar.

—¿Es una cita? —Se llevó las manos a la boca.

—Lo es.

Lanzó un grito y aplaudió.

—Bueno, y ¿qué te vas a poner?


Dios mío. Sólo a él se le podía ocurrir semejante pregunta. Su voz era grave, sus rasgos marcados y totalmente masculinos. Pero con todas esas señales... ¿cómo nadie se había dado cuenta ya de que era homosexual? Supiré.

—No lo he pensado. Ni siquiera sé a dónde iremos.

—¿Entonces cómo vas a saber qué ropa ponerte?

—El tema no me suponía un problema hasta este momento. —Me levanté para tirar la tarrina vacía a la basura—. Gracias por preocuparme.

—Es positivo. Quiere decir que te gusta. —Me informó, cual consultor de la revista Cuore.

Me dejé caer en el sofá.

—Voy a tener descuentos en Zara. Podrías aprovechar para comprarte algo sexy.

—¿Tienes algún problema con mi ropa?

—Es algo básica. —Me miró con aire pensativo mientras se acariciaba la mandíbula—. No sales de los jerseys lisos y lasos y los pitillos. —Rodé los ojos.

—Te recuerdo que todavía no has empezado a currar, y no quiero escuchar lo que opinas de mi estilo. Guárdate tus consejos para las clientas. —Refunfuñé.

—La otra noche cuando te arreglaste estabas guapísima —dijo con cariño—. Tienes que sacar más partido a tu potencial.

—Lo que tú digas.

—Entonces digo que sí. —Se puso de pie de un salto—. La semana que viene iremos de compras. —Me desperecé sin hacerle ningún caso—. Te voy a enseñar mi uniforme.


Desapareció por la esquina que daba a las dos pequeñas habitaciones. Reapareció cinco minutos después completamente vestido de negro. Pantalones de pinza, cinturón, camisa y una estrecha corbata. Sobre el pectoral una pequeña chapa cuadrada con su nombre.

—¡Vaya! —Me incorporé al verlo—. Te sienta realmente bien.

—Ya me había dado cuenta, pero siempre es mejor tener una segunda opinión. —Dijo en tono burlón.

—A ver qué le parece a Julián. —Me atreví a decir, y me pareció que se ponía rojo—. Si es que no lo ha visto ya, claro está. —Su rubor aumentó, y mis sospechas se confirmaron—. Bueno, ya va siendo hora de que me vaya. —Me levanté y me puse el abrigo—. Nos vemos el lunes.


Me acompañó a la puerta, y me hizo prometer que le enviaría un mensaje si pasaba algo importante en la cita.

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