Parte 93

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Conectó los cables y se sacó el jersey por la cabeza, quedando en camiseta oscura de manga corta.

Se sentó más cerca de lo que estaba antes, y puso el capítulo en el que yo me había quedado sin ninguna vacilación. A mí solía costarme recordar por dónde iba, y normalmente tenía que poner capítulo tras capítulo hasta encontrarme.


Un rato después su móvil volvió a sonar. Se incorporó ligeramente para sacarlo del pantalón y echó un vistazo a la pantalla. Colgó y lo arrojó a la mesa.

Estaba determinada a no hacer preguntas por mucho que me picase la curiosidad.


A los dos minutos sonó el pitido de un mensaje, y volvieron a llamar poco rato después. Se levantó con brusquedad para colgar por segunda vez. Llegados a ese punto mi curiosidad había ganado a mi prudencia.

—¿No vas a contestar? —Pregunté.

—No. —Se escuchó la típica melodía de apagado de Nokia.

—¿Quién es?

—Creo que Paula.

—¿No tienes su número? —Me sorprendí, dado que hasta hace un par de días pensaba tirársela. Qué menos.

—No lo guardé. Vamos, ni el suyo ni el de nadie. Me parece que no tengo ni diez contactos. —Lanzó el móvil al centro de la mesa, provocando un ruido sordo al impactar contra la madera.

—¿Y cómo sabes quién te llama?

—No me interesa hablar con nadie que no tenga en la agenda. —Comentó con despreocupación. Pestañeé, y me devolvió la mirada—. Tranquila que a ti sí que te tengo guardada, nena. —Me guiñó un ojo—. Es más, me sé tu número. Y a este paso me voy a aprender también el de Pamela. Qué pesada es la tía. —Bufó—. Me envía mensajes, no le contesto, y sigue sin darse por vencida.

—¿En serio? —Me incorporé y la manta se deslizó hasta mis piernas—. Pero ¿no está con Dani el mellizo?

—Y yo qué sé. —Dijo con desgana—. En serio, está zumbada.

Reí para mis adentros como la mayor de las arpías, pensando en Pamela arrastrándose por Rafa, y en él pasando de ella. Y el idiota de Daniel se tenía merecido que su novia jugase a dos bandas, por salir con quien salía. Claro que era muy probable que dada la trayectoria de ambos él estuviese haciendo lo mismo. Sabía que no tenía que estar regodeándome en el mal de nadie, pero es que esa tía me caía fatal desde el momento en el que llegó a Nuestra Señora.


—¿Cuándo es tu cumpleaños? —Preguntó de repente, devolviéndome a la realidad. No sabía cuánto rato había pasado sumida en mis pensamientos.

—¿Eh? ¿Por qué? —Lo miré sin entender. Recordaba haber visto en algún momento del capítulo una tarta. Tal vez por eso se le había ocurrido.

—Por que quiero saberlo. —Dijo suavemente.

—En julio.

—¿Qué día? —Insistió.

—El doce. ¿Y el tuyo?

—No suelo tener cumpleaños. —Chasqueó la lengua.


Solté una risotada.

—¿Pero qué dices?

Dudó por un momento.

—Nací el veintinueve de febrero. —Dijo después—. Preludio de mi insignificante existencia. Ni siquiera tengo cumpleaños la mayoría de los años.

—Qué putada. —Convine. Nacer en año bisiesto tenía que apestar—. Creo que deberíamos celebrar tu cumpleaños durante dos días, todos los veintiochos de febrero y los unos de marzo, para resarcirte por semejante injusticia. —Asentí con confianza, sin siquiera darme cuenta de que había usado un nosotros.


Sonrió con algo que parecía ternura y me pregunté cuánto tiempo llevaba sin celebrarlo.

Se acercó un poco más. Su hombro rozó el mío, y su olor se hizo más intenso.

—¿Puedo? —Estiró levemente una esquina de la manta.

—Claro. —La levanté para que entrase debajo. Ahora su costado entero estaba en contacto conmigo. Me acurruqué a su lado.


Sabía que Rafa era de natural caluroso. También sabía que en lugar de ponerse el jersey que se había quitado había preferido la manta. Pero sobretodo sabía que estaba empezando a abrirse conmigo, y yo realmente deseaba que lo hiciese.


Lo que le había dicho a Diego esa noche era cierto: no sólo no era un imbécil, sino que podríamos llegar a ser verdaderos amigos, y una muestra era el cariño que le estaba cogiendo.


Desde aquél momento la noche se volvió un poco borrosa. Recuerdo haberme quedado dormida en su hombro y nada más. Tal vez fue que todavía arrastraba el cansancio provocado por la marihuana esa.


Amanecí en mi cama a la mañana siguiente. Debía de haberme llevado él. La imagen de Rafa llevándome en brazos escaleras arriba pasó por mi mente, y reí abochornada.

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