Parte 15

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Rodé los ojos y me dirigí a la mesa de las bebidas, dispuesta a conseguir otra. Entonces vislumbré a Diego en una esquina, escribiendo furiosamente en su iPhone.

—¿A qué se debe esa cara? —Le pregunté, reparando en su ceño fruncido y las arrugas que surcaban su frente.

—A nada que te incumba. —Espetó, separando los ojos de la pantalla por un breve instante sólo para ver quién tenía delante—. Ahora vete con tu cita, que estoy ocupado.

Lo miré atónita.

—¿Estás enfadado conmigo? —Inquirí, y me miró crispado, con ganas de que me largase.

—El mundo no gira a tu alrededor, Lucía. —Prácticamente escupió, y siguió martilleando la pantalla del móvil con los dedos.

Reprimí un bufido, y crucé el salón en un par de zancadas. No aguantaba ni un momento más en esa estúpida fiesta. Que les diesen a todos. Había ido prácticamente obligada, y apenas había pasado tiempo con mis amigos.

Saqué mi abrigo de debajo del de Naiara y cogí el bolso.

Me abrí paso entre compañeros que hablaban a gritos, cada vez más borrachos, y recibí algún que otro empujón. Cuando salí al pequeño jardín me encontré de bruces con Pablo.

—Vaya, dos veces en la misma semana. —Comentó, risueño.

Me había olvidado otra vez de él, y mi cerebro se puso a trabajar rápidamente para encontrar una excusa.

—Venía a decirte que me voy a casa. —Le informé, y no disimuló una mueca de disgusto.

—¿Ya? ¿Tan pronto?

—Sí, es que no me encuentro muy bien. —Me excusé—. Cosas de chicas, ya sabes... —Me llevé la mano a la tripa—. Voy a pedir un taxi.

Saqué el móvil, pero hizo un gesto de negación y con un par de pulsaciones ya estaba hablando con la centralita desde su Blackberry. Les dio las indicaciones oportunas y colgó.

—En diez minutos estará aquí. Te acompaño a la puerta, sólo espera un segundo a que coja mi abrigo. —Pidió, y yo asentí, mientras él volvía dentro de la mansión.

Me acompañó caballerosamente hasta la salida, y esperamos al taxi bajo la atenta mirada del guardia de seguridad. La lucecita verde apareció enseguida.

—Muchas gracias. —Le dije.

—No tienes por qué darlas. —Se adelantó para abrirme la puerta del coche. Al pasar a su lado sentí unas ligeras notas de perfume caro—. Nos vemos el lunes, supongo.

—Sí, el lunes. —Me acomodé en el asiento—. Disfruta de la fiesta.

Después cerró la puerta con delicadeza y se quedó observando el coche marchar con las manos en los bolsillos. Su atención resultaba intimidante. ¿De qué siglo se había escapado?

Bruno ladró un par de veces cuando entré en el recibidor, y lo mandé callar antes de que despertase a mi padre. Desde el piso de abajo se podían escuchar sus ronquidos rompiendo el silencio de la casa.

Conduje al perro hasta mi habitación y le señalé la alfombra para que se tumbara. Solía dormir en la terraza, pero en las noches de mucho frío lo dejábamos dentro del piso.

Apagué el móvil y me puse el pijama. Fui al cuarto de baño, me lavé de nuevo los dientes y me desmaquillé los ojos.

Después me metí debajo del nórdico decidida a dormir y olvidar una noche completamente inútil.

Me concentré en las profundas respiraciones de Bruno, y pronto caí rendida, aunque pasé toda la noche en un estado de duerme vela, lleno de extraños y cortos sueños. Soñé que estaba en la fiesta con Pablo, que me había echado droga en la bebida. Soñé que Diego se liaba con Pamela y dejaba de hablarme para siempre. También soñé que Rafael entraba en mi habitación y me decía "Duérmete" en un susurro.

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