Parte 38

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En cuanto mi padre vio que se había salido con la suya recuperó su buen humor y su capacidad para el diálogo. No ocurrió lo mismo con el chico, que mantuvo la vista fija en el plato durante el resto de la cena. También se le debió de acabar el apetito, porque estuvo meneando con el tenedor el mismo trozo de patata hasta que mi padre se levantó.

Los ayudé a recoger y subí a mi habitación. Mi padre entró un rato después a darme las buenas noches. Estuve hablando con Diego por el chat de Facebook. Después me puse el pijama y fui al cuarto de baño a lavarme los dientes.

A través de la puerta cerrada de la habitación de invitados salía el sonido repetitivo, constante, del saco de boxeo al ser golpeado. Me pregunté si esa rabia que parecía estar descargando estaba provocada por la conversación anterior. La idea me produjo un escalofrío.

Intenté dormir, pero me resultó imposible. Aunque hubiese trasnochado, también me había levantado tarde, y eso sumado a una jornada completa en el sofá me había quitado todo el sueño.

Bajé al salón, siguiendo ese consejo médico de que siempre es mejor cambiar de actividad que dar vueltas en la cama cuando no puedes dormir. Había pasado casi una hora desde que me había acostado, pero al salir al pasillo comprobé que Rafa seguía descargándose con el saco. "Prescripción médica", lo había llamado. Yo, por mi parte, prefería no saber más.

Pasé por varios canales de teletienda. Prácticamente había visto mi ración de televisión de toda la semana en un único día.

—Has estado tanto tiempo en el sofá que vas a dejar la huella de tu culo, a lo Homer Simpson.

Me sobresalté al escuchar su voz grave en la penumbra de la habitación. Sin embargo podía distinguir su figura a la perfección.

Llevaba puestos sus pantalones oscuros de pijama que le colgaban de las caderas y una camiseta interior de tirantes blanca, de las de toda la vida. Mi padre tenía alguna de esas, pero nunca pensé que pudieran ser consideradas una prenda subida de tono hasta que se la vi puesta a él. Aparté la vista de sus anchos hombros, y le dejé sitio para que se sentara, aunque cabíamos perfectamente uno en cada esquina sin siquiera rozarnos.

—¿Tú tampoco puedes dormir? —Le pregunté al rato, mientras seguía pasando los canales basura.

—Se podría decir que tengo insomnio crónico. —Me giré justo para ver desaparecer una triste sonrisa de sus labios—. ¡The fast and the furious! ¡Déjalo! —Dijo con un entusiasmo que no se correspondía con la mirada melancólica que estaba ahí unos segundos antes.

Estuvimos un rato en silencio, viendo una película en la que el único argumento parecían ser los coches de lujo.

—¿Así es como los robabas tú? ¿A punta de pistola?

—No seas peliculera. —Me dijo con sorna, pero me miró con cierta diversión—. Me limitaba a hacer puentes y a cambiar números de bastidor.

—Am. No suena muy emocionante. —Entonces se me ocurrió otra pregunta—. ¿Por eso te metieron en el centro de menores?

Suspiró y se mordió el labio inferior.

—No. —Fue todo lo que dijo tras permanecer un instante pensativo.

No puedo negar que tenía curiosidad, pero no indagué más. Aguanté las pericias de Vin Diesel por un tiempo, y ya por fin me entró el sueño.

—La una y media... creo que ya va siendo hora de que me vaya a dormir. —Me desperecé ruidosamente y me puse en pie.

—Que descanses. —Murmuró, sin moverse. Él se quedaba.

Las luces de la tele se proyectaban en su perfecto rostro, haciéndolo aún más anguloso.

Antes de salir sentí la necesidad de aclararle lo de la cena, sólo por si acaso.

—No tengo por qué acompañarte a la cita esa. —Dije, pero mi voz sonó más seca de lo que pretendía, casi como una matización de mis obligaciones.

—Nadie te lo ha pedido. —Espetó de malas maneras, malinterpretando mis palabras.

—Quiero decir que respeto tu decisión, que sólo he aceptado para que mi padre te dejase en paz. —Aclaré. Me esforcé por que mi tono sonase tranquilo y amigable esta vez.

Rafa no dijo nada, así que giré sobre mis talones.

—Lucía. —Me llamó antes de llegar a la puerta—. Es sólo que prefiero mantener toda mi mierda para mí sólo.

Lo miré, pero su expresión estaba vacía. Apartó sus ojos de los míos y los posó en la tele.

No dije nada. Me limité a salir del salón.



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