Parte 65

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—Madre mía... —Me costó reprimir el llanto al verlo más detenidamente. Tenía un surco rojo en la ceja y el labio partido. Me apresuré a rebuscar en el bolso hasta dar con un pañuelo.

Empecé a limpiarle la sangre de la cara. La expresión de dolor se hizo más evidente cuando se lo pasé por las heridas, pese a que lo hice con el mayor cuidado del mundo.

—Rafa, hay que poner una denuncia. —Le dije en voz baja, mientras tiraba el primer pañuelo empapado y sacaba otro—. Los desgraciados que te han hecho esto tienen que pagar. —Deseé tener más fuerza para poder hacerles pagar yo misma, para destrozarlos con mis propias manos.

Negó con la cabeza.

—Estoy en periodo de revisión, no puedo meterme en líos. —Consiguió pronunciar.

—Voy a llamar a una ambulancia. —Anuncié, buscando el móvil.

—No. —Sentenció, e intentó ponerse en pie. Soltó un gemido y se llevó nuevamente la mano al estómago. Me apresuré a ayudarlo.

—Pero al hospital sí que puedes ir, eso no te supondrá ningún problema. —Le imploré. Conseguimos que se pusiera en pie y apoyó la espalda en la pared del inmueble. Respiró trabajosamente.

—No tengo nada roto. Tampoco tengo ningún daño interno. —Dijo en un susurro.

—¿Desde cuándo eres médico? —Espeté.

—Necesito llegar a casa cuanto antes. —Me dirigió una mirada agónica, urgente.

No tuve más remedio que acceder. Lo dejé apoyado en el muro y corrí hacia el inicio del callejón. Eché un vistazo a fuera y comprobé que la policía no estaba. Al no haber visto indicios de pelea los agentes debían de haberse marchado.

Volví rápidamente a su lado y me pasó su pesado brazo sobre los hombros. Caminamos lentamente hasta Paseo Sagasta. Al tratarse de una de las vías principales pude parar un taxi en menos de diez minutos.

Lo ayudé a entrar en él e indiqué la dirección.

El taxista no paró de lanzarnos miradas por el retrovisor. Cuando nos detuvimos en un semáforo se giró hacia nosotros.

—Oye, bonita, tu amigo...

—No se encuentra bien. —Repuse secamente, mientras le dirigía una mirada cortante. Por suerte captó la indirecta y dejó de meterse en nuestros asuntos.

Cuando llegamos pagué con un billete y ni siquiera me preocupé de recibir los cambios.

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