Parte 9

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Las clases de Matemáticas y Lengua duraron una eternidad. El segundo recreo fue un infierno, ya que Naiara descubrió que pese a sus esfuerzos continuaba sin querer ir a la fiesta, y se tomó muy a pecho la labor de convencerme. Así mismo intentó sonsacarme toda la información posible de mi nuevo compañero de piso. Me preguntó por qué había sido recluído en un centro de menores, y cuando le dije que no tenía la menor idea, pasó a indagar sobre cuestiones que le parecían más importantes, como el tipo de colonia que usaba y chorradas por el estilo.

Para cuando llegamos a clase de Psicología me había puesto la cabeza como una tarumba, y sólo tenía ganas de irme a casa.

—Escuchad, chicos. —Pamela llamó la atención de toda la clase con una sonrisa de suficiencia grabada en el rostro. Se sentó de un salto en la mesa de la profesora, aprovechando que esta aún no había llegado y sacó pecho—. Esta noche doy una fiesta y estáis todos invitados. —Anunció, haciendo extensible su amabilidad al resto de los compañeros. Entre los vítores de los mellizos y los aplausos de Lala y Pilita, pude escuchar la confusión mental de los alumnos que solían estar a la retaguardia de la popularidad. Sí, a ellos tampoco les cuadraba la idea. En cualquier caso pronto se dejaron arrastrar por la marea y se unieron a los halagos.

No se molestó en preguntar por el número de asistentes para calcular la bebida ni ningún otro aspecto mundano. Daba por hecho que nadie rechazaría su invitación.

Una vez que le regalaron los oídos el tiempo suficiente, se levantó de la mesa y escribió la dirección en la pizarra.

En ese momento entró Rafael por la puerta tranquilamente, como si con él no fuese tal algarabío.

—Moreno, esta es la dirección de mi casa. —Pamela se apresuró por llamar su atención. Repiqueteó con una uña roja sobre la pizarra, señalando su redondeada letra—. Aunque si quieres puedo pasar a recogerte a eso de las diez. Tengo una Vespa. —Se ofreció. Daniel Rada los miró con rencor. Alguna que otra vez se había liado con ella, y quizás estaba molesto por tanto coqueteo.

Rafael no pareció notarlo. Se encogió de hombros y ella lo debió de tomar como un sí, pues le dedicó una sonrisa cómplice. Me imaginé a Rafa con su chupa de cuero montado en una Vespa rosa y se me escapó la risa.

—¿Vas a ir? —El chico contra el que había chocado el día anterior acababa de acercarse a mi mesa. Lo miré confusa. Cuando por fin abrí la boca para responder, Martina lo hizo. —Sí que irá. —Le aseguró.

—Genial. Entonces te veo allí. —Pablo esbozó una pequeña sonrisa y se dirigió a su asiento, en las primeras filas de la clase.

Interesante conversación. Me había preguntado a mí, mi amiga le había respondido una mentira, y él se había largado tan satisfecho.

—¿Pero qué haces? —Le susurré a Martina—. De sobras sabes que no voy a ir.

—¿Desde cuándo eres amiga de Pablo Arellano?

—No soy su amiga.

—¿Entonces? Parecía que quería invitarte a salir. —Se sentó en el pupitre de al lado.

—Bah, tonterías. Sólo estaba siendo amable.

—Ya veo... En ese caso tendrás que ir, para no hacerle un feo. —Soltó una risa burlona.

—¡Schhhh! —Las dos dimos un respingo ante la mala leche con la que Diego nos había mandado callar desde el asiento de delante. La profesora debía de haber entrado un par de minutos antes.

—¿Y a este qué le pasa? —Se extrañó Martina. Negué con la cabeza, sin tener la menor idea.

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