El sábado amanecí hecha polvo. Tenía mala gana y dolor de cabeza, pero era un malestar diferente al que me provocaba el alcohol.
Me arrastré escaleras abajo, necesitando un vaso de agua urgentemente. Escuché la puerta de la entrada cuando me lo estaba sirviendo. Bruno salió disparado a saludar a Rafa, que acababa de entrar cargado con un montón de bolsas de supermercado.
—Buenos días. —Dijo con vacilación, a la expectativa.
—Hola. —Apoyé la espalda en la encimera mientras bebía el agua.
—¿Cómo has dormido? —Dejó las bolsas en la mesa y empezó a sacar cajas de comida. Sin embargo seguía evaluándome. Al menos no estaba tan cerrado en banda como la noche anterior.
—Bien. ¿Y tú?
—Bien también. —Las sombras que habían aparecido bajo sus ojos no lo atestiguaban.
Empezó a guardar la comida en los respectivos armarios. Había hecho una mega compra. Me reprendí mentalmente por no haberla hecho antes, pues yo sí que hubiese gastado el dinero de mis padres, y él seguro que había utilizado el suyo propio.
Dejé el vaso en la encimera y empecé a ayudarle. Separé los yogures y el queso y me dispuse a meterlos en el frigorífico.
—Siento lo de ayer. —Murmuró. Se había detenido, y ahora me miraba intensamente—. La conversación se puso un poco... profunda. —Su mirada era extraña, arrepentida.
—No pasa nada. —Le quité importancia con la mano. Cogí un paquete de lentejas y lo coloqué en una estantería.
—Hay temas de los que no quiero hablar. —Continuó.
Cerré el armario y me giré para mirarlo.
—Lo entiendo. —Dije, levantando las manos—. Simplemente preferiría que no te marchases tan bruscamente cuando nos acerquemos a uno de esos temas, ¿de acuerdo? —Adoptó una expresión atormentada y meditabunda. Luego asintió—. No haré más preguntas. —Le aseguré, estando dispuesta a minimizar mi curiosidad, al menos por el momento.
—Me parece un buen acuerdo. —Murmuró, cogiendo una bolsa de plástico vacía y arrugándola en la mano.
—Muy bien. —Fue lo más inteligente que logré añadir.
Recogimos el resto de las cosas en silencio. Cuando la mesa estuvo despejada me preparé el desayuno.
—¿Qué vas a hacer hoy? —Preguntó.
—Tomaré café con Diego por la tarde, y tal vez cenemos juntos. —Al final a eso se resumía mi sábado. Diego había quedado con Julián por la noche, y al igual que el resto de mis amigas priorizaban a sus amores antes que a mí—. ¿Y tú?
—Tengo que ayudar a mi primo con un asunto. —Dijo, misteriosamente. Primero porque no sabía que tuviese un primo, y segundo por lo del "asunto". Me prohibí preguntar al respecto—. Estoy pensando que si esta noche estás aquí, igual me quedo. —Me miró con una extraña expresión que no supe interpretar, como si estuviese dudando.
—¿No habías quedado con Paula? —La chica esa a la que te quieres tirar, maticé para mí misma.
—Nah. —Hizo un gesto de indiferencia—. Me apetece más estar contigo.
Le sonreí.
—Es todo un halago viniendo de ti. Cambiar una noche de sexo en los baños de una discoteca por quedarte en casa con Bruno y conmigo... —Le hice la burla—. Si fueses mujer pensaría que tienes la regla.
—Muy graciosa. —Me respondió con una mueca—. Y muy condescendiente con las de tu género.
Rafa ya había paseado al perro mientras yo dormía, así que tuve la mañana libre para hacer los deberes.
Se marchó después de comer, y aproveché para recoger un poco el piso. Mi padre hizo su llamada de control rutinaria, que no duró ni cinco minutos.
A las nueve salí camino del apartamento de Diego. Había preparado una ensalada de endivias con Roquefort y nueces, y pasta al pesto. No era muy amante de la cocina, pero según dijo esa excepción estaba motivada por su nuevo empleo. Así que lo celebramos cenando en condiciones (todo lo en condiciones que se puede cenar teniendo en cuenta que él había cocinado).
La mala gana de por la mañana seguía presente, pero no me impidió tomarme un par de copas de vino. Hablamos del instituto, de la nueva relación de Naiara, y superficialmente de la relación con sus padres. Él no sacó el tema de Julián, así que yo tampoco lo hice. Sin embargo sabía que estaba ansioso de encontrarse con él, pues cada dos por tres echaba un vistazo al Whatsapp.
Justo cuando me levantaba para ayudar a recoger los platos, Rafa me llamó al móvil.
—¿Dónde estás? —Preguntó en cuanto respondí. Se escuchaban coches de fondo.
—Con Diego. —Dije, y dejé que mi amigo se hiciese cargo de los platos vacíos.
—¿En el piso ese de la calle Alfonso? —Inquirió.
—Sí. ¿Por qué? —Miré a Diego, que estaba colocando en la mesa dos tarrinas de helado Haagen Dazs. Levanté el pulgar en señal de conformidad.
—Te paso a buscar y vamos juntos a casa, ¿te parece?
—Vale.
—¿En una hora?
Eché un vistazo al reloj. Casi habíamos terminado de cenar y Julián llegaría pronto.
—Sí, perfecto.
Colgué y guardé el móvil en el bolso.
—¿Era Moreno? —Mi amigo estaba mirándome en plan inquisidor.
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FRÁGIL
Romance-Dime una cosa... -Sus ojos estaban más oscuros que nunca, casi crueles-. ¿Te lo hizo mejor que yo? -Demandó con urgencia-. ¿Te tocó como te toco yo? -Insistió. Estaba completamente alterado mientras se acercaba todavía más. Di un paso atrás y mi es...