Parte 67

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Tan pronto como vació la cisterna me puse seria.

—Tenemos que ir al médico. Esto no es normal. —Señalé hacia el váter.

—He tragado mucha sangre, y eso irrita cualquier estómago. Hasta que no la eche toda no voy a parar de vomitar. —Después suspiro con pesar—. Si pudiera te sacaría de aquí a la fuerza. No quiero que me veas así. —Repitió.

De nada me importaron sus palabras. Me quedé con él durante más de una hora, en la que siguió vomitando a intervalos regulares.

Después el tiempo entre las arcadas fue aumentando, hasta que por fin desaparecieron. Entonces lo ayudé a llegar a la habitación de invitados.

Se tumbó sobre la colcha con ropa y todo, entre quejidos.

—Estoy reventado. —Dijo, parpadeando hacia el techo—. Normalmente soy yo el que patea el culo, y no al revés. —Murmuró, llevándose una mano a la tripa y dejándola ahí—. Me fastidia que me hayas visto perder. —Suspiré con crispación, y me acerqué a los pies del colchón. Le quité la zapatilla izquierda y después la derecha. Las tiré al suelo—. Claro que un fin de semana entero de fiesta y sin dormir pasa factura y te merma los reflejos... —Comentó más para sí mismo que para mí, como si intentase buscar una explicación a lo sucedido.

Agarré el bajo de los vaqueros que tan bien le quedaban, incluso ahora que tenían salpicaduras de sangre. Procedí a bajarlos.

—Lamento aguarte la fiesta, nena, pero no me vas a desnudar. —Repuso, sujetándose la cinturilla.

Hice una mueca.

—Voy a traerte un ibuprofeno por lo menos.

Bajé a la cocina a buscar la caja de los medicamentos y a por un vaso de agua. Regresé a la habitación con sigilo, por si acaso se había dormido, pero estaba completamente despierto.

Le mostré la pastilla y no puso ninguna objeción. Apoyó los codos y se incorporó con cuidado. Se la llevó a la boca y la tragó.

Tenía gotitas de sudor en las sienes, y le toqué la frente.

—No tengo fiebre. Ahora vete de una vez. —Espetó, recostándose y cerrando con fuerza los ojos.

Podía haberme ido, ya no tenía nada más que hacer allí. Pero había algoque me tenía pegada a la habitación, a él. El simple hecho de estar separadapor varios tabiques me ponía enferma.

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