Parte 89

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Cuando salí a la fría calle Rafa ya me estaba esperando. Se encontraba apoyado en la fachada, fumándose con despreocupación un cigarro. Cuando me vió sonrió, dio la última calada y tiró la colilla al suelo. La pisó y se acercó a mí.


—No sabía que estabas aquí ya. Podías haber llamado.

—Acabo de llegar. —Se encogió de hombros y metió las manos en los bolsillos. Echamos a andar hacia la Plaza de España. Nos cruzamos con decenas de grupos de chicas arregladísimas, la mayoría de ellas vestidas con abrigos negros que se contraponían con sus piernas únicamente cubiertas por finas medias. No era de extrañar tratándose de un sábado por la noche, y más en la zona en la que nos encontrábamos. Algunas dedicaron largas miradas a Rafa. Él no se giró, ni siquiera cuando una chica bajita le dio un codazo a su amiga y lo señaló descaradamente—. ¿Qué tal la cena? —Preguntó, ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor.

—Como cualquier otra. —La verdad era que pasaba tanto tiempo con Diego que cenar con él no era nada fuera de lo común—. Salvo por el hecho de que ha cocinado.

—¿Qué ha hecho? —Me miró divertido—. Por como has arrugado la nariz parece que nada bueno.

—Endivias con Roquefort y pasta al pesto.

—Puag. —Exclamó—. Besarte ahora tiene que ser una experiencia intensa... —Le dí un puñetazo en el hombro y se echó a reír—. ¿Qué? Sólo digo la verdad. —Se defendió, y se apartó unos centímetros para quedar fuera de mi alcance—. Yo, sin embargo, cocino maravillosamente bien...


Le interrumpió el sonido de su móvil. Lo sacó del bolsillo trasero del pantalón.

—Ese cacharro debería de estar en un museo de antigüedades. Ni siquiera sé cómo aún funciona. —Comenté.

—Funciona perfectamente, nena. —Me dedicó una mueca burlona, que se le borró al comprobar el nombre de la pantalla. Se lo llevó a la oreja—. ¿Qué coño pasa ahora? —Espetó secamente—. ¿En serio? Eres un puñetero desastre. —Se palpó los bolsillos de la cazadora—. Sí, las tengo yo. A la altura del Fnac. —Se detuvo y soltó un suspiro crispado—. Ven cagando leches. —Y colgó, mientras me dirigía una mirada de disculpa—. Tenemos que esperar al capullo de mi primo. —Anunció, con resignación—. Se ha olvidado las llaves de la moto.

—No pasa nada. —Miré distraídamente el escaparate de la tienda que teníamos al lado. Varias decenas de bestsellers formaban una pirámide. En el fondo había una fila de iPads y diversos tablets.

—Si tuvieses que elegir algo de este escaparate, seguro que te quedarías con el iPad. —Habló a mis espaldas, muy cerca de mí.

—Muy listo. —Dije con retintín—. Todo el mundo elegiría el iPad.

—Yo no. —Repuso, y me giré para mirarlo.

—¿Qué querrías tú, a ver?

—Adivínalo.


Sacudí la cabeza y me volví hacia el cristal. Escudriñé en su interior.

—Veamos. —Me mordí el labio—. No tienes pinta de haber abierto un libro en tu vida, así que esos descartados. —Continué repasando los productos—. Tampoco querrías un GPS porque no tienes ni carnet de conducir ni coche. La música descartada, ¿para qué pagar por un CD teniendo Youtube...? —Justifiqué en voz alta—. ¡Ya lo tengo! —Di una palmada y lo miré con una sonrisa fingida. —Ya sé lo que quieres—. En realidad no tenía ni idea.

—Dispara. —Dijo, curioso.

—¿Aprende a contar con Pocoyó? —Martilleé el cristal con la uña, señalando el libro de colores chillones.


Él me sonrió cálidamente, y por aguna extraña razón tuve que volverme de nuevo hacia el escaparate pues empezaba a sonrojarme.


—Vaya, veo que hoy estás inspirada. —Apoyó el brazo en mi hombro con naturalidad y me habó desde escasa distancia—. Para empezar, te equivocas. Soy un lector voraz. —Rodé los ojos, aunque él no podía verme la cara. No me lo creía—. También tengo carnet. Me lo saqué a la semana de cumplir los dieciocho. Pero no necesito un GPS porque mi sentido de la orientación es excelente.

—¿Vas a dejar de echarte flores? —Espeté, dirigiéndome a su nítido reflejo en el vidrio, pero él me ignoró.

—Me gustaría tenerla. —Señaló la esquina derecha, y no supe a qué se refería.

—¿El qué? —Entrecerré los ojos.

—La Nikon. —Pronunció el nombre de una forma casi reverencial. —Me gustaría mucho tenerla—. Entonces fue cuando vislumbré la cámara. Pasaba desapercibida entre los demás objetos, ni siquiera me había dado cuenta de que estaba allí—. Sería jodido robarla, por todos los objetivos y accesorios que trae, pero tal vez algún día lo intente. —Hablaba en broma, o eso creí—. Lo que me recuerda que tenemos pendiente el pago de la última parte de nuestra apuesta.


—Si crees que voy a robar algo que tenga un precio superior al de un chicle la llevas clara. —Sentencié. Esperaba una negativa por su parte, pero en lugar de contestarme levantó la vista y la fijó en un punto detrás de mí. Me volví para encontrarme de frente con un chico de mi edad que se acercaba a nosotros. No había duda alguna de que era su primo, aunque no se parecían en nada.

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