Parte 14

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—Buenas, chicos. —Nos saludó cuando estuvo a nuestro lado, haciendo un gesto con la mano. Después se las metió en los bolsillos del pantalón beige.

Llevaba una camisa azul y se había peinado el pelo con raya a un lado. Parecía el típico joven prodigio de económicas o de ciencias empresariales.

—Nosotras nos vamos al baño. —Dijo Martina cogiendo a Naiara del brazo.

—Y yo tengo que hacer una llamada. —Diego agitó el móvil delante de nuestras narices, como si su excusa fuese a resultar más creíble de esa forma.

En un solo segundo y tras una desbandada general nos quedamos solos. Me sentí incómoda.

—Justo acabo de llegar. —Me dijo, también nervioso—. Se me ha hecho un poco tarde.

—Pensaba que ya no vendrías. —Mentí, porque con todo lo de Rafa y Pamela me había olvidado totalmente de él.

—No podía faltar. —Esbozó otra sonrisa—. Bueno, ¿cómo va la fiesta?

—Todo lo bien que podría ir. Está aquí Nuestra Señora al completo. —Dije, mirando alrededor. De repente estaba acalorada. Y yo que me había preocupado de que mi top de tirantes pudiese ser poca ropa... Por la temperatura a la que el termostato había sido programado parecía que estábamos en pleno Ecuador. Claro que el triángulo del mal (véase Pamela, Lala y Pilita) necesitaba entrar en calor, pues esos minúsculos vestidos seguro que no abrigaban nada.

—Esto... ¿y cómo llevas las clases? —Inquirió, intentando sacar tema de conversación.

—Más o menos bien. Algún que otro problema con Mate, pero voy aprobando.

—Das Matemáticas I, ¿no? Yo doy Mate II, si necesitas ayuda, dímelo. —Se ofreció, y me pareció que se ruborizaba. ¿Era posible que yo le gustase un poquito?

—Amm, muchas gracias. Lo tendré en cuenta.

—Además, según lo que vayas a estudiar después tal vez no tengas que volver a cursarlas, y te libres de ellas para siempre.

—La verdad es que no lo he decidido todavía. —Reconocí. El hecho de elegir una carrera que más tarde determinaría mi futuro laboral me estresaba. Me gustaba Periodismo, pero sólo era una vaga idea.

—Pues no te queda mucho tiempo. —Rió suavemente.

—¿Es que tú ya lo tienes claro?

—Desde que era niño. —Se pasó la mano por el pelo, y sus ojos marrones brillaron—. Siempre he querido ser abogado, como mis padres.

—¿Así que vienes de una familia que se dedica al gremio?

—No sólo mis padres, también mis tíos lo son, y mi abuelo fue abogado del Estado.

—Vaya, sí que tenéis tradición. —Me imaginé las reuniones familiares, totalmente monotemáticas.

—Espero estar a la altura. —Se retorció las manos. Había una determinación en su mirada que me hizo pensar que, sin lugar a dudas, lo estaría.

—Seguro que sí. —Le sonreí, y él me devolvió la sonrisa, aunque clavó la vista en el suelo—. ¿Quieres que te consiga otra bebida? —Se ofreció un instante después, señalando el vaso vació que llevaba en la mano.

—Eh, sí, claro. Vamos.

—No te preocupes, yo te la traigo. ¿Qué bebes?

—Coca Cola.

—¿Sola?

—Sip.

—Chica sana —observó—. Me gusta. —Dijo, y se dirigió a la mesa donde estaban las botellas.

No le costó la eternidad que les había llevado a Diego y Martina traerlas un rato antes. Apareció enseguida con dos vasos de tubo, y me tendió uno.

—Qué nivel. Con rodaja de limón y todo... —Se había molestado incluso en echarme hielos.

—Qué menos. —Rió, y una musiquilla salió del bolsillo de su pantalón. Miró la pantalla de la Blackberry y resopló—. Es mi madre... ¿Te importa que conteste?

Negué con la cabeza. —Para nada, no te preocupes.

—Lo siento mucho. —Se disculpó—. En seguida estoy otra vez contigo. —Prometió, y se alejó con el móvil pegado a la oreja.

Me apoyé de nuevo en el sofá junto al que llevaba toda la noche, y di un golpe al hielo superior con el dedo índice, hundiéndolo en el líquido. Justo cuando iba a beber, alguien me arrebató el vaso. Miré sorprendida hacia arriba y me encontré con Rafa, que acababa de materializarse a mi lado.

—¿Qué haces?

—No bebas de lo que estos pijos te den. No sabes si le han echado algo a tu copa. —Dijo, dirigiéndose a mí como si le hablase a una niña.

—Estos pijos son mis compañeros de toda la vida. —Repuse, intentando recuperar la bebida, pero él apartó su brazo dejándola fuera de mi alcance. Lo miré con cara de pocos amigos.

—Y seguro que no podrías poner la mano en el fuego por ninguno de ellos. —Contratacó, mientras vaciaba el contenido del vaso en la maceta de una enorme orquídea que tenía al lado. Miré a nuestro alrededor para asegurarme de que nadie lo había visto, con las mejillas encendidas por la vergüenza.

—Sí que la pondría.

—Entonces ya la tendrías chamuscada.

Reí entre dientes. —Seguro que tú tienes un montón de amigos de confianza en el correccional del que has salido.

Me estudió durante unos instantes sin ninguna expresión en el rostro. Después dijo —Yo no me fío de nadie.

Me volví hacia el salón.

—No te pega estar en esta fiesta. —Murmuré en voz tan baja que dudé que me hubiese escuchado. Ambos fijamos la vista en el resto de asistentes y estuvimos así durante un tiempo.

—También tú pareces fuera de lugar. —Dijo mucho rato después.

Entonces apareció Pamela, rompiendo el denso silencio que se había formado entre nosotros.

—¡Moreno! ¿Dónde te habías metido? ¡Te echaba de menos! —Hizo pucheros y pasó la mano por su pecho.

Él le sonrió con picardía.

—¿Así que me echabas de menos?

—Mucho. —Canturreó.

Oh dios, estaban coqueteando delante de mí. Sentí el bocata del Pans removerse en mi estómago, asqueada.

—¿Qué te parece si me muestras exactamente cuánto? —Le propuso, mientras le rodeaba la cintura con su enorme y tatuado brazo—. Tal vez, si consiguieras una habitación libre... —Le dijo acercándose a su oído, pero fue lo suficientemente alto para que yo pudiera escucharlo. Luego me miró y añadió. —Aquí ya he terminado. —Me sonrió con malicia y se dejó arrastrar por Pamela escaleras arriba, hacia los dormitorios.

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