Parte 47

154 13 0
                                    



Conseguí que Diego se comiese una tortilla francesa, y cuando terminó dijo que quería irse a la cama para finalizar ese aciego día. Me puse mi pijama de franela, preparada para actuar como una buena anfitriona de pijamadas, si es que el único asistente tenía ganas.

—¿Pongo un poco de música antes de dormir?

—¿Qué propones? —Inquirió, enterrándose bajo del nórdico.

—Mmm... ¿Francis White?

—Bueno.

Los acordes de "On my way" comenzaron a sonar.

Encendí la lamparita de la mesilla y me metí en la cama.

—Si quieres la quito, ¿eh? —De repente la canción se me antojaba demasiado triste para las circunstancias.

—No, está bien. —Se colocó bocarriba para mirar al techo—. Tampoco tengo sueño, la verdad.

—¿Sabes? Pablo me ha enviado un mensaje. —Dije, intentando sacar conversación.

—Pues Julián no ha dado señales de vida. —Murmuró.

Vaya por dios.

Me coloqué de lado para mirarlo.

—Tal vez está esperando a que pase un poco la tormenta. —Lo excusé, en lugar de echarle más mierda encima, que es lo que en realidad me apetecía.

—No sé qué pensar. Ha tenido todo el día para hacerlo.

—¡Lucía! —La voz de Rafa llegó desde el hall.

—Tenemos compañía. —Anuncié. Antes de que me diese tiempo de salir de la cama Rafa ya había asomado la cabeza por la puerta de mi habitación.

Sus ojos se agrandaron al ver a Diego, y le costó un par de segundos reaccionar.

—Em... perdón. —Dijo, y cerró tras él.

—Voy a saludarlo y vuelvo. —Le dije a mi amigo, y salí al pasillo. El parquet estaba cálido bajo mis calcetines.

Rafa estaba en la cocina, con la espalda apoyada en la encimera.

—Sólo quería ver si estabas bien. —Me espetó en cuanto entré, como si hubiese estado esperando a que lo hiciera—. Pero ya veo que estás perfectamente. —Me fulminó con la mirada, sin ninguna razón. Parpadeé.

—Mira, Rafa, si has tenido un mal día no lo pagues conmigo.

—¡Mo-re-no! —Para mi estupefacción, me gritó. No me asusté, pero me quedé muda del asombro. ¿Cómo se atrevía?— Tu padre no ha hecho más que irse y ya has metido aquí a tu novio. —Gritó, sus palabras envenenadas. No me molesté en corregirle.

—¿Pero cuál es tu puñetero problema? —Me acerqué para encararlo. Él se cruzó de brazos y mantuvo una mirada cargada de rabia sobre mí.

—Mi problema eres tú. —Escupió—. Se supone que estás mala, no me contestas al mensaje... —Me echó en cara.

—¿Era tuyo? —Me sorprendí—. Pensaba que era de Pablo.

—¿Quién coño es Pablo? —Tensó la mandíbula—. Además habíamos quedado en pedir unas pizzas, los dos solos. —Enfatizó la palabra solos, pero bajó el tono de voz.

—Bueno, pues ha surgido otra cosa y ahora tengo que estar con Diego. —Repuse—. Y ya vale de tanta tontería. —Dije, y salí de la cocina dejándolo con la palabra en la boca.

Cuando entré en mi habitación me encontré con Diego sentado en el borde del colchón.

—No sabía si bajar o no. —Estaba un poco blanco—. ¿Te estaba gritando?

—Es un poco inestable. —Me limité a responder—. Pero nada que no pueda manejar.

Cogí el móvil y guardé el número de Rafael en la agenda para evitar futuros mal entendidos. Debí haberlo hecho la primera vez que me llamó, la noche de la fiesta de Pamela.

A los cinco minutos se escuchó el tremendo portazo de la puerta principal.

—Solos de nuevo. —Comenté.

FRÁGILDonde viven las historias. Descúbrelo ahora