Parte 60

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La oscuridad era abrumadora. Los largos pasillos bordeados por estantes repletos de productos dibujaban siniestras formas. En ese momento no tenía miedo porque no estaba sola, pero el panorama era terriblemente inquietante.

—Bueno, que no cunda el pánico. —Dije, más para mí misma que para él. Por respuesta obtuve una risa baja—. ¿Te parece gracioso? —Lo increpé.

—Tú me pareces graciosa. —Reconoció.

Saqué el móvil para alumbrar el camino, y anduve con pasos lentos. De nada me sirvió la cautela, porque tropecé con una montaña hecha de cajas de cereales, que se precipitaron a mi alrededor provocando un tremendo estruendo. Grité como una posesa y Rafa ya no se molestó en disimular sus carcajadas.

—¿Hola? ¿Hay alguien? —Pregunté, cuando mi corazón regresó a su velocidad normal.

—Sííí, yooo. Soy una pobre merluza, me tienen congelada en la sección de... —Rafa se calló cuando esquivó mi puño—. ¿Quién coño va a haber? ¡Son casi las once!

¿Ya? ¿Tan tarde?

—No sé, déjame pensar... —dije con retintín—. ¿Un guardia de seguridad tal vez?

—¿En un súper de mierda? ¿Para proteger a la carne fileteada? —En el juego de la ironía él ganaba—. Lucía, vacían las cajas registradoras antes de cerrar, no necesitan pagar a un guardia para no hacer nada. Vamos a la entrada.

Lo seguí, alumbrando el suelo para ver dónde pisaba.

Cuando llegamos a la zona de las cajas nos encontramos con la verja echada. Rafa se acercó para sacudir las puertas automáticas un par de veces.

—Sí. Definitivamente estamos encerrados. —Puse los ojos en blanco ante semejante evidencia, y decidí pasar a la acción. Marqué el número de la policía, de los primeros que había guardado en mi agenda para situaciones de emergencia, y esperé a que diese tono.

—No hay cobertura. —Lloriqueé, mirando la pantalla. Me moví un poco para intentar que el móvil cogiese red. Nada, no había manera. Probé a reiniciarlo, le quité la batería, y seguí cambiando de lugar y alzando el aparato todo lo alto que mi brazo me permitía. Rafa, mientras tanto, se había sentado en la cinta transportadora de una de las cajas, y para mi completo asombro acababa de sacar el paquete de Marlboro.

—¿Quieres hacer el favor de hacer algo? —Le chillé.

—Lo estoy haciendo. —Contestó, mientras cogía el mechero y procedía a encenderse el pitillo.

En un ataque explosivo de rabia avancé hacia él, le arranqué el cigarro de los labios y lo pisoteé en el suelo.

—¡Algo productivo!

Bajó de la cinta transportadora de un salto. Se paró delante de un expositor y cogió un paquete de ositos de gominola. Lo abrió y empezó a comérselos con despreocupación. En ese momento lo hubiese matado.

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