Cuando regresé dejé las bolsas sobre la mesa de la cocina y subí al piso de arriba al oír movimiento. Rafa salía del baño con una toalla envolviendo su cintura.
—¡Joder! —Exclamé al ver las manchas negruzcas que salpicaban su piel, especialmente por la zona de las costillas. Casi me echo a llorar.
—No seas exagerada, nena. Ya casi no me duele. —Fue despacio hasta su habitación, pero al menos caminaba solo.
Reprimí las ganas de entrar para ayudarlo a vestirse. En lugar de eso bajé a preparar la cena.
Mi padre me llamó mientras estaba friendo los filetes.
—¿Cómo está mi niña? —Me saludó con voz afable.
—Bien, papá. ¿Qué tal va el congreso?
—Poco a poco. Todavía quedan asuntos sobre la mesa que hay que abordar. Sin embargo parece que dará sus frutos. —Normalmente las entidades financieras y las grandes empresas solían realizar aportaciones y firmar acuerdos de colaboración en dichos eventos, tan abarrotados de medios de comunicación en los que aparecer—. ¿Va todo bien?
—Sí, claro. Estamos perfectamente. —Sujeté el móvil entre el hombro y la oreja y di la vuelta a la carne.
—¿Y Rafael?
—También.
—Me ha llamado Carmina esta mañana. —Anunció, y al oír el nombre de la directora de Nuestra Señora el tenedor se me resbaló de las manos. Debía de haberla dejado sobre aviso sobre él—. Dice que lleva dos días sin ir a clase.
—Eh... ¿no te lo dije? Tiene un gripazo exagerado. —Mi voz tembló con la mentira. Demasiados embustes en tan pocas semanas. Pensé que mi padre habría notado mi vacilación, pero no fue así.
—Vaya. Supongo que habrá ido al médico. —Dijo, dándolo por sentado, y yo permanecí callada—. Lo llamaré mañana a ver cómo está... —Hizo una pausa—. Sé que no es santo de tu devoción, pero intenta echarle una mano, al menos mientras esté convaleciente. —Pidió.
—Claro, papá.
—Bueno Luci, tengo que dejarte, que vamos a cenar con el comité de empresa de una multinacional.
—De acuerdo. Pásalo bien.
—No te creas, después de tantos días haciendo lo mismo uno se cansa. —Dudaba que mi padre pudiese cansarse de comer—. Ah, y haz el favor de llamar más a menudo a tu madre, que dice que estás desaparecida en combate. —Y qué razón tenía la mujer que me trajo al mundo. En un combate de los gordos.
—Lo haré. Un beso.
Colgué, y entonces me di cuenta de que Rafa estaba en la puerta de la cocina. Enfundado en ese pijama que tan mal le había quedado a Diego, pero que en él se veía espectacular.
—Has mentido por mí. —Comentó, entrando y desplomándose en una silla—. De ahí al lado oscuro hay un paso.
—No deberías levantarte. —Le reprendí. Apagué la vitrocerámica y le puse el plato de sopa. Los fideos ondearon en el líquido.
Después me serví la carne y me senté a su lado.
—¿Por qué tú tienes filetes y yo esto? —Miró mi comida.
—Por que tú estás enfermo. —Empecé a cortarlo a trozos.
—No me han roto ningún diente. —Dijo, metiendo la mano en mi plato y cogiendo un pedazo de ternera. Miré sorprendida cómo se lo llevaba a la boca.
—No seas guarro.
Me guiñó el ojo bueno y comenzó a comerse la sopa. Dijera lo que dijera, no me pasaron desapercibidas las turbias expresiones que ponía cada vez que posaba la cuchara en el labio.
—Creo que me vuelvo a la cama. —Anunció cuando terminó—. No hay nada mejor contra el insomnio que una buena paliza.
No me gustó que frivolizara con eso. Quise acompañarlo escaleras arriba pero rechazó mi ayuda.
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FRÁGIL
Romance-Dime una cosa... -Sus ojos estaban más oscuros que nunca, casi crueles-. ¿Te lo hizo mejor que yo? -Demandó con urgencia-. ¿Te tocó como te toco yo? -Insistió. Estaba completamente alterado mientras se acercaba todavía más. Di un paso atrás y mi es...