Parte 31

153 15 0
                                    


Tenía una de mis bolas en el agujero más próximo. Bordeé la mesa para empezar por ella.

Chasqueó la lengua, mientras negaba de la cabeza.

—De sobras sabes que no puedes tirar en la zona anterior a la blanca. Cíñete a las reglas.

—Bastardo. —Murmuré, pero él continuó mirándome divertido.

Logré meter tres bolas seguidas, pero para mi completo horror fallé el cuarto tiro.

—Mi turno. —Avanzó hacia la mesa con chulería—. ¿Quieres que te de otra oportunidad...?

—No quiero más concesiones. —Espeté, con los puños cerrados alrededor del palo.

—Sin concesiones pues, nena. —Me guiñó un ojo.

—Vete a la mierda. —Dije, pero mi frase quedó enterrada por el chasquido sordo de su tiro.

Metió la negra en un agujero central (¡en un agujero a central!), y terminó la partida.

—Quiero la revancha. —Gruñí.

Me evaluó por un segundo, y después dijo —De acuerdo. Haremos un doble o nada. Si ganas dejamos la apuesta en punto muerto. Si gano yo, harás las seis cosas que decida.

—Te odio. —Rugí, yendo hacia la pared para colocar el palo en su sitio. No podía arriesgarme a perder de nuevo, y había grandes posibilidades de que eso sucediese si volvíamos a jugar.

—¿Debo suponer que rechazas mi propuesta?

—Imbécil. —Terminé mi cubata de un trago y cogí mi abrigo. Bajé las escaleras hasta la planta baja hecha una furia, donde ya casi no quedaba gente, y salí a la calle.

—Ey, más despacio fierecilla. —Rafa me pasó su pesado brazo por lo hombros para detenerme. Después empezó a andar a mi lado—. No te enfades.

—¿Y cómo quieres que me lo tome? —Me retorcí para salir de su agarre.

—Como una lección de humildad, por ejemplo.

—¿De humildad? ¡No me hagas reír!

—¿Sabes cuál ha sido tu problema? —Preguntó, con una media sonrisa tirando de sus labios.

—No, pero supongo que tú me lo vas a decir.

—Por supuesto. Veo que ya me vas conociendo. —Volvió a pasar su brazo sobre mis hombros acercándome a él y me habló agachando la cabeza, en un gesto de completa confianza. Olía a ron, pero su increíble olor personal prevalecía—. Has infravalorado a tu enemigo, y eso es algo que nunca deberías hacer.

—¿Y mi infravalorado enemigo ha metido a posta la negra en la partida de prueba? —Quise saber.

—Así es. —Reconoció—. Me estabas provocando dolor de cabeza al intentar enseñarme las reglas.

—Capullo. —Dije, crispada.

Echó la cabeza para atrás y profirió una sonora risotada. Después apartó su brazo y mis hombros se quedaron repentinamente fríos.

—¿Cogemos un taxi? —Pregunté, mirando hacia el inicio de la calle.

—¿Estás muy cansada?

Negué con la cabeza. De hecho estábamos a unos veinte minutos de casa.

—Creo que te vendrá bien caminar. Tienes que bajar todo eso que has bebido.

—Sí, papá. —Le dediqué una mueca, mientras andaba a su lado—. También tú has bebido.

—Pero mañana tú tendrás una resaca horrible, y yo no.

—¿Qué sabrás tú?

—Mañana me lo cuentas.

—Bueno, ¿qué tres cosas se supone que tengo que hacer?

—¿Ya las quieres saber? —Se extrañó—. Tu noche se arruinará en cuanto te las diga.

FRÁGILDonde viven las historias. Descúbrelo ahora