Parte 56

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Tuve que releer el mensaje tres veces para comprenderlo. ¿Qué demonios era eso? Casi una semana entera sin hablarme y ahora ¿me daba órdenes? De ninguna manera. No pensaba ir.


Me autoconvencí de que tenía miles de cosas mejores que hacer que acudir a la cita, pero la apestosa verdad era que no tenía ningún plan. De camino a casa me sorprendí imaginando qué tendría en mente. Aún fue más desesperante reconocer que estaba intrigada, casi deseosa de ir.


Después de varias horas de divagaciones y de cambios de opinión, me encontraba subiendo el larguísimo paseo Sagasta. Me costó casi media hora llegar al destino.

Me había puesto un jersey negro, unos vaqueros y unas botas. Decidir la ropa había sido un calvario. ¿Qué se supone que te tienes que poner para pagar una apuesta? En fin, qué pregunta más estúpida. Este chico me estaba desquiciando.

Para poner la guinda lo tuve que esperar cinco minutos. Apareció al inicio de la calle, con andares desenfadados. Llevaba unos vaqueros estrechos con descosidos que le sentaban como un guante, zapatillas oscuras y una cazadora negra. Parecía sacado de un catálogo.

—Empecemos de una vez. —Dijo con aburrimiento cuando llegó a mi lado, como si la situación que él mismo había propuesto lo crispase enormemente.

Entró dentro del supermercado y lo seguí. Estaba abarrotado. Las filas en las cajas eran larguísimas, y a cada paso que intentaba dar me topaba con un carro cargado de compra.

—¿A qué hemos venido? —Pregunté, intentando alcanzarlo—. Si lo que te importaba era el supermercado, teníamos uno igual al lado de casa. —Le reproché, pensando en la caminata que me había dado.

—Imagínate que nos pillan, o que nos echan. —Se giró para mirarme con fingida ilusión, como si realmente lo estuviera deseando—. ¿Querrías volver a comprar en él? —Entrecerró los ojos—. Pues entonces. Estas cosas hay que hacerlas en sitios que no frecuentes. —Avanzó un par de pasos y se detuvo—. Discúlpe —le dijo a una empleada regordeta—, ¿dónde están los servicios?

Ay madre.

La chica le indicó cómo encontrarlos y Rafa se dirigió con decisión hacia allí, pasando por la zona de las verduras y los congelados.

—Oye, no sé si esto es una buena idea... —Empecé, pero él no tuvo miramientos. Abrió la puerta de los de señoras y me instó a entrar.

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