Parte 19

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En algún momento debí quedarme dormida porque me desperté sobresaltada cuando Rafa se sentó a mi lado y me apartó las piernas de malas maneras.

Lo fulminé con la mirada, y me senté recta. Rodé los ojos al constatar que se había hecho un bocadillo de jamón, y que pretendía comérselo en el carísimo sofá. Al menos había tenido el detalle de traerse una servilleta.

—¿Algún problema? —Preguntó, con la vista fija en la tele. Como no contesté, añadió— Me estás mirando.

Pensé en recordarle que estaba en mi casa, y que iba a hacer lo que me diese la gana, pero lo pensé mejor. Se suponía que quería suavizar las cosas, y no empeorarlas más de lo que ya estaban.

Llevaba puestos unos pantalones anchos de pijama, y una camiseta interior blanca. Parecía sacado de un catálogo, con el pelo aún mojado por la ducha.

—Esto... ¿qué tal ayer la fiesta? —Pregunté, apartando esos pensamientos e intentando ser simpática.

Se giró y me dirigió una mirada glacial. Después volvió a centrarse en la tele y en su bocata.

Me aclaré la garganta.

—Supongo que estás enfadado por el malentendido de esta mañana... —Empecé.

—Si con "malentendido" te refieres a "acusación", sí, lo estoy. —Terminó su comida rápidamente, dobló la servilleta llena de migas y la dejó sobre la mesita.

—Bueno, no debes de estarlo tanto si has venido al salón, a sentarte conmigo. —Repuse.

Me pareció que sus labios se curvaban ligeramente hacia arriba, en un atisbo de sonrisa, pero desapareció enseguida.

—Me encanta Barney. —Dijo secamente. —Pero vas un poco atrasada. —De repente me quitó el mando de las manos. Entonces empezó a avanzar por el menú principal del disco duro—. Yo me quedé en la séptima temporada. Lo veía por las tardes, en el centro de menores.

No supe qué contestar. Hablaba del tema con una tranquilidad pasmosa. Pulsó de nuevo el play, y estuvimos un rato en silencio, en mi caso fingiendo que veía el capítulo.

—Vale. —Suspiré al fin—. Supongamos que ayer realmente te preocupaste por mí.

—De hecho, lo hice.

—Comprenderás que me sorprendiera.

—Querrás decir que no te lo merecías. —Esta vez sí que me miró, y sus ojos negros me atravesaron. Aparté la vista.

—Lo que sea. Simpático. —Me crucé de brazos—. En cualquier caso, siento lo de antes. —Murmuré.

—No puede ser. ¿Estoy oyendo una disculpa de la niña pija? —Sonrió, pero no había ninguna emoción en sus ojos—. ¿Estás enferma o algo?

—No te pases. —Le advertí. Una cosa era querer suavizar la situación, y otra aguantar sus tonterías.

Se recostó en el sofá, y apoyó los pies en la mesita. Como en su propia casa, vamos. Me quedé mirando sus calcetines blancos.

—¿Te trajo Pamela? —Pregunté, al rato. —Anoche, quiero decir.

—Se ofreció, pero pasaba de montarme en esa ridícula moto de nuevo. —Apoyó los brazos detrás de la nuca. Tenía que reconocer que estaba de muerte en pijama, tatuajes incluidos.

Sentí un escalofrío y estiré las mangas de mi chaqueta. Era incomprensible que él estuviese en tirantes.

—¿Entonces en taxi?

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