Parte 29

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Era una cervecería con las paredes completamente forradas de madera y el suelo enmoquetado. No era un bar de marcha. La gente charlaba tranquilamente, sentada en grupos alrededor de las pequeñas mesas de madera.

—Vaya, vaya. No está nada mal. —Reconocí.

—¿Quieres beber algo? —Lo seguí hasta la barra.

—¿Ahora sí puedo beber? —Me crucé de brazos.

—Ahora estás conmigo y puedo vigilar que no hagas ninguna locura. —Me sonrió, y sacudí la cabeza.

—Un ron cola. Pero aunque me emborraches no voy a perder. —Le advertí.

—Ilusa.

Saqué la cartera pero no me dejó pagar. No hizo caso a mis protestas. La verdad es que a mí me sobraba el dinero regalado, y él lo estaba ganando a base de trabajar, pero no insistí más.

Pidió otro igual para sí mismo, y lo seguí hasta una especie de altillo en el que había un par de mesas Brunswick.

—Te voy a dejar que juegues la primera de prueba, —concedí—, para que veas qué generosa soy.

—¿En serio? ¿Esta partida no vale? —Elevó las cejas.

—Nop. Así podrás practicar, que falta te hace. —En el fondo me daba un poco (muy poco) de pena. Lo iba a machacar.

Dejamos los abrigos encima de una silla, y los cubatas en una repisa cercana.

Saqué un par de palos del enganche de la pared, y le tendí uno.

—¿Le das tiza y todo? —Silbó al verme preparar el palo—. Parece que voy jugar contra una verdadera profesional. —Me hizo la burla.

—No te reirás tanto cuando te patee el trasero.

—Entonces esta seguro que no cuenta, ¿no?

—Que sí. —Respondí con voz cansina.

—Que sí o que no.

—¡Que no cuenta! —Me reí al ver su expresión confundida.

Preparé las bolas.

—Las señoritas primero. —Le dije, y me enseño el dedo corazón.

Aun así se dispuso a sacar. Los músculos de sus increíbles brazos se tensaron. Puso cara de concentración, y se mordió el labio inferior. Definitivamente estaba buenísimo. El alcohol me hizo reconocerlo abiertamente.

Entonces tiró y el palo resbaló sobre la bola blanca, que hizo una lamentable parábola hacia la derecha.

—¿Tanta preparación para esta mierda? —No podía parar de reír, y se me humedecieron los ojos—. Tiras como una niña de cuatro años.

Rafa cogió la bola con expresión divertida y la colocó de nuevo en su sitio.

—Voy borracho —se defendió—, y ahora sólo estamos calentando.

—Qué excusa más mala.

Repitió el tiro, pero fue un saque tan malo que apenas movió tres bolas del triángulo.

—Tanto músculo para un tiro tan flojo... —Murmuré, mientras lo apartaba para tirar yo.

—Veo que te has fijado en mi anatomía.

Hice oídos sordos. Apunté a la bola roja, que entró limpiamente en el agujero.

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