Parte 95

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Mi madre tenía las manos entrelazadas sobre la mesa de madera oscura, esperando pacientemente.


—Ahora viene.

—¿Te acuerdas de llamar a tu padre? —Inquirió, acercándose a la web cam.

—Sí. Bueno... más bien es él quien llama, pero sí, llama regularmente. —En esos momentos lo estaba haciendo un par de veces por semana. Al ser él quien tenía el uso horario similar al mío, era el encargado de supervisar desde la distancia que todo fuese bien.

—Podrías llamarlo tú alguna vez, hija. —Suspiró.

—Es muy caro, mamá. —Protesté.

—Lucía, tu teléfono lo pagamos tu padre y yo. —Miró a la cámara con crispación. En ese momento apareció Rafa y salvó la situación. Pude verlo saludando con la mano detrás de mí en el pequeño recuadro de Skype.


Mi madre agrandó los ojos y después sonrió.

—Te presento a Rafa. Mamá, Rafa. —Dije, y me levanté de la silla para cederle el puesto.


Se sentó sin dudar, con esa confianza que exhudaba, pese a lo bochornoso de la situación.

—Buenas tardes, señora. —Su voz fue extremadamente amable. Tanto que me pareció demasiado sensual para que estuviese dirigiéndose a mi madre.

—Así que tú eres Rafael. —Se quedó mirándolo fijamente mientras asentía con la cabeza, más rato del que hubiese debido—. He oído hablar mucho de ti. —Salió al fin de su ensimismamiento.

—Todo bueno, espero. —Respondió, pero desde mi posición vi cómo se retorcía ligeramente las manos en el regazo. Igual no estaba tan cómodo como aparentaba.

—Por supuesto. —Mi madre sonrió ampliamente.

—Lucía también habla mucho de usted. Me parece que realiza una labor con un mérito increíble.


Oh no. Ella se había sonrojado. Mi cerebro puso el modo off mientras seguían manteniendo una animada charla de cumplidos mutuos.


Mi hipótesis de la bipolaridad de Rafa cobraba fuerza a cada segundo que pasaba. ¿Era el mismo chico que se espatarraba en las sillas del instituto? ¿Todavía seguía tratando de usted a mi madre?


No hablaron más de cinco minutos, pero me resultaron eternos. Cuando por fin se levantó de la silla y me devolvió mi puesto respiré aliviada. Cerró la puerta al salir de mi habitación para darme intimidad en la conversación. Gracias a dios que lo hizo, porque las primeras cien palabras de mi madre fueron destinadas a evidenciar lo guapísimo que era, lo buen muchacho que se le veía, y lo adulto y maduro que parecía para su edad. Creo que suspiré unas diez veces.

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