El alba era fría en los bosques de Nyx y traía el aroma de los árboles y la humedad. Inquira sacudió sus bolsas para asegurarse de que ninguna serpiente se quedaba dormitando entre su impedimenta, pero en última instancia decidió permitir a una permanecer allí dentro, por precaución. Recogió su lanza e inició de nuevo su viaje. Los árboles pasaban entre la suave neblina como en un sueño y el día le recordaba a tantos amaneceres brumosos en Clípea, cuando arma en mano cazaba a indeseables de toda calaña. Tanta tristeza, tanto dolor en los rostros de las mujeres, jóvenes y ancianas, que acudían a buscar algo de solaz en la venganza, algo de justicia en su lamento... Inquira no sabía nada sobre la justicia, ni le interesaba, pero Tea había dicho que así se cubriría las espaldas y además aquella era la única forma de mantener la práctica.
Inspiró con fuerza y sus pulmones se llenaron con el aire puro y abandonado del antiguo imperio. Cerró los ojos y sonrió. Estaba feliz. Los últimos diez años parecían recuerdos difuminados en los jirones de niebla, su espíritu consumido por la impaciencia, la insatisfacción, la desazón de la espera. Todo quedaba atrás.
Volvía a ser libre, volvía a ser quien era en realidad. En soledad, en el camino, haciendo lo que mejor sabía hacer. El bosque fue ampliándose ante su vista y poco a poco el dosel vegetal se volvía menos espeso según avanzaba hacia sus lindes. Se detuvo al borde mismo de un precipicio y observó el mundo bajo su mirada. El bosque se extendía a sus pies, una sábana verde y plateada sobre la tierra, y más allá, las llanuras, los caminos y las lejanas torres de Umbra, la que una vez fuese capital del mayor imperio del Escudo. Hacía allí encaminaría sus pasos y allí podría presentar batalla en condiciones. Marco había resultado ser digno de su fama, un rival al que merecía la pena enfrentar, y la sola idea provocaba deliciosos escalofríos a lo largo de su espina dorsal. Había estado tantos años buscando la forma de acercarse a aquel hombre, aquella leyenda, y al final resultaba que el mejor general de Nyx iba a su vez tras sus pasos. La sola idea llenaba su pecho de algo parecido al orgullo.
Poco a poco, con cuidado, inició el descenso por el borde del acantilado, asegurando los pies en la roca desnuda y los ocasionales arbustos, mientras el viento de las llanuras azotaba su rostro. Un grito como un cuerno de guerra interrumpió su descenso. Con cuidado Inquira se volvió y observó la figura del titán entre los jirones de lejana niebla, apenas una silueta perfilada en el alba, pero idéntica a las que vieron en Calvaria. Otro grito como un trueno retumbó levantando ecos lejanos mientras la aparición continuaba su paseo sin rumbo más allá del horizonte. Inquira, aún sonriendo, terminó su descenso. Nyx había cautivado sus sentidos, la peor de sus pesadillas mezclada con sus más dulces sueños. Saltó al suelo para aterrizar sobre unas matas, se levantó y dejó que un grito eufórico escapase de su garganta, declarando la guerra a todos los demonios de las tierras de Nadie. Luego reemprendió el camino, usando su lanza como cayado, a través de los bosques neblinosos, cantando para sí presa de la más pura felicidad.
Los demonios respondieron a su desafío tres mañanas más tarde, mientras dormitaba en lo alto de una peña. Había pasado la noche allí arriba, cabeceando sin llegar a ceder al sueño, descansando solo a medias como llevaba haciendo cada noche desde la posada. El calor de la noche había dejado paso a la mañana fresca y amable, y su cuerpo molido empezaba a amoldarse a las particularidades de su improvisado jergón cuando oyó unos pasos silenciosos.
Giró hasta tumbarse sobre el vientre y esperó en silencio, ignorando los gritos de incomodidad de cada tendón de su cuerpo. Eran tres de aquellos endriagos, con las cabezas gachas y olfateado, siguiendo un rastro tenue en la humedad del bosque. Inquira sonrió para sus adentros. Su olfato no debía ser tan bueno como el de un perro de verdad si aún no podían captar su olor. Valoró su situación. Podía dejarlos pasar, incluso si captaban su presencia, no podrían trepar a la roca con sus patas de perro. Pero un enemigo menos era un enemigo menos y aquella era una buena oportunidad para aprender más sobre aquellas criaturas.
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Teatro de sombras
FantasyEn un mundo sin oscuridad, la suerte del Escudo, última tierra de la humanidad, se discute en torno a la mesa de una taberna, a escondidas del eterno Sol. Depende de un viaje a las ruinas de la civilización, una odisea sin retorno a la morada de be...