Durante generaciones, de brujo en brujo, de padre a hijo y de maestro a alumno, el pueblo de Zulde había protegido su aguja. Ellos sabían un poco más sobre aquel monolito que los pálidos hombres del norte, sabían más sobre su existencia. Con cada iteración, el brujo del momento se había asegurado de proteger el amuleto de piedra hasta la llegada del peregrino correspondiente. Colocaba su palma sobre el árbol y le cantaba a aquel ente de madera en su propia lengua, lo apaciguaba, porque era el momento de que la llave fuese usada y quien venía a por ella, lo hacía con derecho. Cuando la muerte llamaba a su puerta, el brujo pasaba el cargo a su aprendiz y marchaba al árbol a cumplir el último ritual, aquel que lo vincularía al árbol, que uniría su espíritu a la madera, como tantos otros hicieron antes. En ella viviría, defendiendo aquel legado para siempre en compañía de sus antecesores y, cuando llegase el momento, de sus predecesores.
No habían sido cien, no habían sido mil. Aquel círculo intricado se había mantenido desde antes de que el pueblo zulde tuviese memoria, desde el origen mismo de los tiempos. Cuando los grandes templos eran cabañas de barro, los hermosos palacios rediles para cabras y los bellos jardines morada de bestias atroces, ya había un árbol, un brujo, una llave.
Vio a aquellos hombres subir las escaleras, y se le presentó un dilema. Por primera vez desde el albor de los tiempos, no había un brujo que llevase a cabo el ritual, no había forma de que el árbol supiese si aquellos peregrinos eran dignos.
Esperó, paciente. La paciencia es la virtud de los eternos. El que los dirigía olía a Luna y a muerte, sus seguidores a miedo. Llegaron al altar de la aguja y allí se detuvieron, en respetuoso silencio. También el árbol calló, y el silencio fue la única música en el altar en aquel momento congelado, en que tanto se decidía.
El hombre de la Luna dio una orden a uno de sus seguidores, pero aquel no se movió. Temía, notó el árbol, respetaba, y el miedo al hombre oscuro no lograba superar el que sentía hacia lo desconocido. Una flecha tomó lugar en un arco y la muerte planeó sobre el seguidor, pero otro de ellos se adelantó en su lugar y marchó hacia la aguja, decidido.
Avanzó hasta el obelisco, tomó la llave y la mostró al resto. Cientos de voces contuvieron un suspiro, miles de almas vibraron con pesar y el árbol despertó al mundo, con todo el dolor de su espíritu. No podía dejar la llave en manos de indignos, aunque aquello supusiese matar a un peregrino por error. En consecuencia, actuó.
El suelo se abrió cuando las poderosas raíces rompieron la loma y mil rostros de mil hechiceros se dibujaron a lo largo y ancho de su tronco para gritar como una sola voz, un grito de guerra viejo como el tiempo. De la copa, de las raíces surgieron los bustos de los hechiceros más viejos, hombres esqueléticos tallados en madera, el rostro convertido en máscara vegetal. Desplegaron sus brazos de madera y golpearon con coordinada furia la canción del combate, el ritmo de la guerra. La única música verdadera, punteada sobre aquel tambor primigenio que era el árbol, sones que hacían estremecerse el alma, resonando en el cuerpo, instintivos, primarios, bestiales y humanos. Una música sin música, el ritmo de todos los ritmos, pura percusión.
Del suelo, de la madera, los brujos jóvenes brotaron como frutos, guardianes de madera armados con lanzas tan colosales como ellos, silenciosos y determinados, temibles y bellos.
Los saqueadores trataron de huir colina abajo, pero el suelo se abrió a sus pies y más custodios de madera cortaron su huida. El hombre oscuro exigió la llave, pero su seguidor jamás llegó a lanzarla. Sus últimos gritos se mezclaron con la canción de la guerra cuando una lanza atravesó su pecho y su cuerpo convulso bailó con frenesí al ritmo de los tambores mientras la vida lo abandonaba. Con paso firme, acompasado, las filas de los brujos se fueron cerrando en torno a los intrusos en medio de un rugido intermitente y compartido. El árbol de los antepasados había dictado sentencia. Solo había una pena posible.
Los seguidores, puestos espalda contra espalda, miraban a la muerte a los ojos, firmes en su desesperación. Pero el hombre oscuro miraba más allá. Dejó caer sus armas y se plantó ante las huestes de la selva, fulminándolos con la mirada. Los brujos intercambiaron miradas, mientras el silencio se extendía entre sus filas, y al fin, como uno solo, llegaron a una decisión. El guerrero ante el hombre oscuro alzó su lanza y traspasó al peregrino de parte a parte. La sangre se escurrió como savia por el asta y el hombre oscuro se derrumbó, ante el grito aterrado de sus compañeros.
Uno a uno, los brujos fueron quedando inmóviles, mientras sus espíritus volvían al árbol. Solo sus ojos brillantes y el resonar calmado de los tambores recordaban a los presentes que la ceremonia no había terminado.
Dentro del árbol, en una oscuridad más profunda que cualquiera que el mundo escondiese, los espíritus de cada brujo que había unido su suerte al árbol observaban el alma oscura de su invitado.
El alma tardó un tiempo en tomar conciencia de sí, pero se repuso deprisa, y, en apenas unos segundos, una forma etérea del hombre oscuro flotaba en las tinieblas, observada por miles de ojos.
"BIENVENIDO" saludó el árbol "BIENVENIDO, PEREGRINO. TIEMPO HA QUE AGUARDAMOS"
El hombre oscuro sonrió sin humor. Se palpó la boca, y sus dedos recorrieron una mandíbula tan etérea como el resto de él. Sorprendido lanzó un par de mordiscos a la oscuridad, antes de asentir complacido.
—¿Con quién tengo el gusto de hablar? —repuso al fin.
"SOMOS EL ÁRBOL, SOMOS EL CICLO, SOMOS LA ETERNIDAD"
—¿Estoy dentro del árbol?
"LA LLAVE PERTENECE A LOS PEREGRINOS. DEMUESTRA QUE ERES UN PEREGRINO, Y LA LLAVE SERA TUYA"
—Está bien. ¿Cómo?
"UNO Y UNO Y UNO HAN SERVIDO DESDE EL PRINCIPIO, Y SIEMPRE HUBO UNO DETRÁS..."
—¿Pretendéis que sea uno de vosotros?
La carcajada sacudió la oscuridad, mientras todos los espíritus reían como uno.
"NO" respondieron "UNO SIGUIÓ A UNO, Y EL CICLO SIGUIÓ. PERO UNO ROMPIÓ EL CICLO Y AHORA VAGA LIBRE. NO LO TOLERAREMOS"
Ahora fue el turno de reir del fantasma, una risa desquiciada que rompía el silencio como una lanza. El fantasma se irguió en su posición y sus ojos brillaban con una intensidad peligrosa.
—Así que tenéis un traidor ¿Eh? Y queréis que yo os resuelva vuestro problema.
"UNO NOS ROBÓ EL SECRETO. UNO SE HIZO ETERNO FUERA DEL TODOS. HA DE PAGAR EL PRECIO DE LA TRAICIÓN"
—Es lógico— concedió el hombre oscuro—. Ha sido juzgado y condenado, y yo ejecutaré su sentencia. Apropiado.
"PARTE PUES, PEREGRINO. SUERTE EN TU EMPRESA"
Uno a uno, los espíritus comenzaron a marcharse de vuelta a la oscuridad. Pero el fantasma no había terminado.
—Me llevaré a mis hombres conmigo.
"NO" los brujos volvieron y su voz resonó en la nada "ELLOS SON TU PRENDA. ELLOS ESPERARAN"
El fantasma se encogió de hombros, mientras su forma se difuminaba. Levantó la mirada y refulgió como una pequeña estrella, mientras los jirones de su mortaja se deshilachaban en humo y ceniza. Hombres y mujeres se elevaron, brotando del humo. Gritaban y se lamentaban y crecían en número y ruido mientras las cenizas asediaban la oscuridad.
—SÍ —exigió el fantasma, coreado por su corte.
Con un grito de guerra, los espíritus expulsaron al intruso del corazón de las tinieblas. Compartieron un silencio pensativo mientras los ecos del fantasma morían en las sombras, y llegaron a una conclusión.
Un murmullo grave y cadencioso se extendió entre los brujos, y con lentitud, los guerreros fueron retirándose de vuelta al árbol, los tambores se apagaron y los gritos murieron. La lanza abandono el pecho del peregrino, sin dejar herida alguna. Los ancestros habían decidido. El verdugo tendría su guardia.
Ante la atónita mirada de sus seguidores, aquel fantasma volvió a la vida. Se palpó el pecho con cuidado, gruñó una risa y enfiló las escaleras, indicando a los suyos que le siguiesen. Los ancestros lo observaron marchar en silencio. Fuego con el fuego, se dijeron. Tiempos difíciles requerían peregrinos crueles.
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Teatro de sombras
FantasyEn un mundo sin oscuridad, la suerte del Escudo, última tierra de la humanidad, se discute en torno a la mesa de una taberna, a escondidas del eterno Sol. Depende de un viaje a las ruinas de la civilización, una odisea sin retorno a la morada de be...