36. Aquellos que saben

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Bueno, ha sido una semana un poco asquerosa (Y aun no ha acabado) así que igual no esta tan bien trabajado como algunos anteriores. Aun con todo, esperó que lo disfrutéis, y si veis algún fallo o algo no os cuadra no os cortéis, así es como  se mejora ;)

¡Gracias por leer!

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Primero esperaron a que la varega despertase. Hacía literalmente siglos que Meltem no disfrutaba de ninguna compañía, y su varego estaba al menos tan oxidado como su nycto, pero aun así la saludó en su lengua como mejor pudo, recibiendo a cambio una mirada de hostil extrañeza. En fin, tampoco era que pudiese esperar mucho más.

Se limitó a seguir sonriendo como llevaba haciendo desde el principio. Aquello también era agotador, pero a pesar de ello Meltem se esforzaba en mantener aquella mueca casi olvidada en su rostro. Había tratado con muchos guerreros en su tiempo, y no había pasado mucho antes de que descubriese que los poderosos machos de la guerra bajaban la guardia cuando una mujer bonita sonreía. Todo iba mejor, nadie se ponía nervioso, y Meltem no quería que sus huéspedes imprevistos se pusiesen nerviosos. No había tenido ni idea de lo opresiva que resultaba la soledad hasta que aquellos náufragos abordaron el Yildirim, y ahora se negaba a volver a ella.

Altan se había vuelto más silencioso y simple con cada día y la niebla que cubría el odioso Sol también creaba un manto de silencio. Y en su corazón de poderosa inmortal, Meltem había empezado a temer el silencio.

Los guió sonriendo hasta el comedor. La chica, aún débil, caminaba apoyada en el que parecía el jefe, y ambos mantenían las distancias. Con el chico rubio todo era más fácil. Era un hervidero de curiosidad, y Meltem estaba encantada de poder hablar otra vez con alguien.

Altan sacudió la mesa para limpiarla de polvo y todos se sentaron en torno a ella. Una vieja armadura les trajo la comida: algo de pescado asado y agua del lago, los únicos manjares que aún se podía conseguir a bordo de aquel bajel.

Ni Meltem ni Altan necesitaban comer, pero disfrutaron viendo como sus invitados daban cuenta con voracidad de tan escasas viandas. Tanta prisa se dieron que Meltem decidió coger su arco e ir a conseguir algunos peces más, para darles también algo de tiempo para hablar entre ellos.

Salió a la niebla y acarició el viejo pasamanos con el mayor de los cuidados, susurrando sus deseos a su hermano. Aunque le echaba de menos, la arquera debía admitir que resultaba práctico que se hubiese fundido con el barco. Altan batía las aguas con los remos y Meltem asaetaba cuanto pez se ponía al alcance, y en unos momentos había otros diez pescados listos para sus invitados.

Entró interrumpiendo una conversación  susurrada, sonriendo como si le fuese la vida en ello, y con un gesto señaló la cocina al trío, indicándoles que siguiesen, que ella se encargaría de la comida. Esperó junto a la puerta de la cocina mientras Altan cocinaba el pescado, intentando desesperadamente captar algo de la conversación de los nyctos, pero entre los susurros y su extrañeza respecto al idioma, apenas captó unas pocas palabras sueltas.

Esta vez fue ella quién llevó la comida a la mesa, mientras la armadura que habitaba en aquel momento Altan esperaba en el quicio de la cocina, tratando de disimular la emoción que le producía volver a cocinar para alguien. Puso la bandeja ante los nyctos y se sentó mientras aquellos la atacaban sin piedad, con los modales de los hambrientos.

Fue el chico rubio quién retomó la conversación que empezaran bajo la carpa, convertido en apariencia en el portavoz oficial del grupo.

—Delicioso. Muchas gracias, lo necesitábamos. —El chico dedicó una sonrisa aduladora a Meltem y luego se volvió lanzándole un beso a Altan—. Mi felicitación para el cocinero. Todo estaba exquisito.

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