Los poetas escribieron sus más inspiradas obras a la mayor de las ciudades. Los artistas pintaron sus palacios, los escultores dieron forma a sus calles y columnas, los arquitectos la poblaron de templos y mansiones como no volverían a verse. El oro corría como el agua por sus calles, el mármol cubría cada esquina, y la música brotaba de cada balcón y portal. El barullo de miles de personas animaba la más maravillosa de las urbes del escudo. Gloriosa Umbra, urbe de urbes, espejo de ciudades, crisol de poder e inventiva.
¡Qué se hizo de tus legiones, poderosa Umbra! ¡Qué de tus artistas, qué de tus nobles! ¡Qué fue de tu gloria, qué de tus gentes! Y sin embargo tu fama, tu fama perdura, pues es eterna como tus muros.
Las puertas de la capital imperial se abrían de par en par para los peregrinos. El tiempo y los demonios habían herido la pálida piel de Umbra, pero ni siquiera tan terribles enemigos habían logrado quebrantar su esqueleto o arrancar la magnificencia de sus blancas paredes.
Umbra seguía orgullosa sobre sus cinco colinas, ahora y siempre. Calvaria había aparecido ante los viajeros como un espectro, un cadáver descarnado lleno de oscuras promesas, pero Umbra se erguía poderosa y atemporal, incluso con bestias pisándoles los talones y gigantes paseando por sus magníficas avenidas. Tácito cruzó bajo el arco de entrada boquiabierto, maravillándose en la belleza inmortal de que tanto había oído hablar, con lágrimas de admiración en los ojos. Observó con alegría que incluso alguien como Sirio, de baja familia y educación, no lograba contener su asombro ante la magnificencia de las vistas. Allá la Puerta de los Triunfos, aquel era el Templo de Luna Portea, los restos desgarrados de la Basílica Extramurana y la estatua de Luna Triunfalia... Cada rincón, cada vistazo, descubría a ojos del anonadado Tácito otra pequeña joya del pasado, otra leyenda oída junto a la lumbre, leída en viejos libros, dibujada sin éxito en la orilla del río, para ser borrada por las móviles aguas...
Solo el comandante seguía calmado y compuesto dadas las circunstancias. Si para Sirio el cambio obrado en aquel hombre había resultado evidente, tanto más lo había sido para el leal Tácito, que conocía a Marco desde hacía más de una década. Su talante frío se había acentuado a la vez que sus fuerzas parecían incrementar en lugar de decrecer. Y todo aquello de Inquira... Tácito podía entender la confusión de Sirio. Él mismo se sentía confuso a veces, encontrado a solas con sus pensamientos, tumbado sobre el duro suelo de alguna recóndita posada olvidada. ¿Por qué estaban allí? ¿Cómo iban a volver?
Luego la Fuente de las Niñas apareció ante su mirada y el resto de pensamientos quedaron relegados frente al presente inmediato. Varios endriagos les seguían desde hacía un par de días, sin acercarse ni alejarse, siempre visibles. El comandante creía que era todo pose. "Nos tienen miedo" dijo, "no atacarán hasta superarnos en una proporción más alta, y eso no va a pasar hasta Umbra. Si se juntan mucho serán presa fácil para los titanes, por eso van en parejas y tríos".
No dejaba de tener su lógica, pero no evitaba la preocupación de Tácito. También Inquira preocupaba al teniente, así como la reina loba. Tácito procuraba preocuparse respecto a los enemigos que les quedaban para evitar aquella vocecilla dentro de su cabeza que protestaba y lloraba, que se cuestionaba la lealtad que era la misma base de su existencia.
Una serpiente negra reptó junto a sus pies, frenándolo en seco. La víbora levantó la cabeza y exhibió los letales colmillos, pero el comandante la cogió del pescuezo y la arrojó al interior de una casa.
—Cuidado con esas. Se llaman funestas y hacen honor al nombre. Muy venenosas.
—Entonces no debió cogerla así, comandante.
—Son el animal heráldico de los Ofiskias. A nosotros no nos harían nada.
Tácito quiso replicar, pero el comandante le hizo callar con un gesto, indicándoles que frenasen. Todos pudieron escuchar las pisadas atronadoras de un titán errabundo. Habían sido una constante desde la entrada en Umbra, pero ahora sonaban mucho más cerca y mucho más amenazadoras. La cabeza de la criatura asomó por encima de las casas blancas y la mole siguió imparable su camino hasta chocar con ellas. Trató de pasar por la fuerza, sin éxito, lo cual le produjo un ataque de ira rugiente que hizo volar enormes pedazos de piedra y afilados fragmentos de teja, antes de cansarse y tomar otra dirección, gimiendo y bramando.
Marco tiró del brazo de Tácito hasta levantarlo y luego fue a ayudar a Sirio. Por qué el comandante era inmune a aquel clamor infernal era algo que se le escapaba. Cuando aquel aullido ocupaba el aire todo lo que Tácito quería era volverse lo más pequeño posible, huir y esconderse tras las faldas de su madre. Era como si el mundo entero estuviese hecho solo de ruido.
Siguieron la Vía Mayor hasta la Plaza de la Victoria y desde allí ascendieron hacia la colina de las termas. El Ara de la Columna aún quedaba bastante lejos, pero no podían permitirse pasar ni una noche en aquella ciudad de leyenda. Si no los devoraban los lobos, un gigante vagabundo podía aplastarlos sin darse ni cuenta. El ascenso fue agotador, abrasados por el Sol y sin una pizca de brisa que calmara el calor, temiendo en cualquier momento la aparición de un coloso que acabase con ellos. Pese a todo, coronaron la subida sin mayores contratiempos. Desde allá arriba, Umbra se extendía a sus pies en todo su esplendor, no menos gloriosa por el silencio en que se hallaban sus otrora pobladas calles. Hasta cinco colosos paseaban por la urbe y se podía avistar a otro par fuera de los muros de la ciudad, aún demasiado cerca dado lo aleatorio de su carácter y el ancho de sus zancadas. El comandante hizo sus cálculos y reanudó la marcha. Tácito permaneció unos segundos de más observando el espectáculo sobrecogedor de las ruinas de Nyx. Los gritos de Calvaria acudieron a su mente, los recuerdos simulados del horror que había marcado el fin del imperio, e incluso bajo el abrasador Sol, Tácito se estremeció.
Los endriagos jalonaron el resto de su paso por la ciudad. Les observaban como habían hecho en Calvaria, desde las ventanas y terrazas, desde los callejones, escondidos pero visibles. Toda la prisa parecía haberlos abandonado, sustituida por la espera silenciosa. Marco se desvió de la calzada hacia una calleja y los cinco lobos que la ocupaban se marcharon a la carrera, cediéndole el paso sin siquiera un amago de amenaza. Tácito volvió a observar a las criaturas. Las sonrisas burlonas que era su mueca natural habían sido sustituidas por rostros solemnes e incluso preocupados. Muchos miraban el paso por la ciudad del trío, otros tantos no dejaban de observar a uno y otro lado, inquietos, incluso temerosos. Esperaron en silencio a que un gigante siguiera su camino antes de entrar en la calle que les llevaría a su destino. Sirio y el propio Tácito se tensaron, rezando para sus adentros por que el ente no gritase.
Encogido y tratando de distraerse a cualquier precio mientras los pasos del ser hacían retumbar las paredes, Tácito observó que también los endriagos agachaban las orejas y se encogían ante el paso del titán, pero sus miradas no seguían las evoluciones del coloso, sino que permanecían fijas en el Ara de la Columna, la respiración contenida y los ojos abiertos de par en par, sin parpadear. El gigante pasó y siguió adelante, y lo mismo hicieron ellos.
En el momento en que dobló la esquina el mundo estalló en un estruendo desesperado. Tácito cayó a plomo al suelo, gritando hasta desgañitarse en medio de un torrente de lágrimas, mientras todo cuanto daba forma a su ser se desvanecía en el estrépito. El dolor subió hasta lo impensable, mucho más intenso que nada que el soldado hubiese sentido antes, destrozándolo, arrancándole el alma misma mientras su cuerpo se hacía pedazos. Lo último que el soldado alcanzó a ver fue la figura de su comandante a la carrera mientras el puro sonido lo reducía a un amasijo lamentable y aterrado sobre el empedrado.
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Muy corto ¿no? Pero dije que dejaría los dobletes. Aunque podría ignorar aquello.... pero ¿donde estaría mi palabra?, claro que un contrato oral vale lo mismo que el papel en el que esta escrito... mmmmh...
¡Capitulo de la semana! Por fin llegamos a Umbra y desde aqui, hacia abajo y sin frenos.
La verdad, es tan breve que no se me ocurren preguntas al respecto, pero sentíos libres de comentar todo lo que os apetezca ;)
¡Gracias por leer!
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Teatro de sombras
FantasyEn un mundo sin oscuridad, la suerte del Escudo, última tierra de la humanidad, se discute en torno a la mesa de una taberna, a escondidas del eterno Sol. Depende de un viaje a las ruinas de la civilización, una odisea sin retorno a la morada de be...