El estruendo de la montaña al derrumbarse lleno el mundo, reverberando en las paredes del túnel como una tormenta, un gran redoble que fue apagándose poco a poco hasta convertirse en un silencio expectante, cargado de ecos vacíos, interrumpido tan solo por los rebotes de aquellas piedrecillas que seguían moviéndose, buscando un lugar más estable en que aposentarse.
Inquira estornudó un par de veces entre el polvo del derrumbamiento, con los ojos lagrimeando. El mundo se había vuelto más oscuro al cerrarse la boca del túnel tras ellos, y tan solo algunos rayos de luz, débiles y lejanos, conseguían colarse en la desigual muralla de piedras. El comandante, a su lado, se había sentado en el suelo y miraba la muralla con tristeza.
El mundo pareció en calma durante unos segundos, vacío de todo sonido mientras sus oídos empezaban a recuperar la capacidad auditiva, tras apagarse ante semejante despliegue de ruido, de modo que al principio los gritos de Tácito les llegaron envueltos en una aterciopelada capa de silencio, como si fuesen muy lejanos o muy débiles.
El comandante se acercó al derrumbamiento y trató de tranquilizar a su hombre. "Todo bien", "Seguiremos y nos reuniremos con vosotros donde sea que esto desemboque", "Estás al mando", Inquira apenas le escuchaba, con su atención centrada en la valoración de su nueva realidad. La vista apenas lograba distinguir los alrededores en medio de la oscuridad pesada de las tripas de la montaña. El suelo era algo menos húmedo que junto al lago, pero también era mucho más irregular. Inquira se volvió y miró al comandante, enfrascado en su conversación con el resto de la tropa. Negó con la cabeza para sí. Había sido una feliz circunstancia quedarse a solas con el comandante, pero aquel aún no era el momento ni el lugar. Esperaría, había aprendido a ser paciente.
Marco se volvió en su dirección y le hizo un pequeño gesto para que siguiesen su avance, al que Inquira correspondió con un mudo asentimiento. Avanzaron por los túneles oscuros en silencio, con la precaución que es connatural en la oscuridad para una raza tan poco preparada para ella como la humanidad. El camino se retorció bajo sus pies una y otra vez hasta que la pareja perdió todo sentido de la orientación.
El terreno era desigual, tallado por la naturaleza sin intervención alguna del hombre. El aroma del agua seguía flotando en el aire como una promesa lejana, dando a los caminantes la esperanza de acercarse con cada paso al camino que habían dejado atrás.
Descansaron con un ojo abierto, durmiendo en turnos desiguales, envueltos en sus capas raídas y ajadas, manchadas del polvo del camino, temblando de frío. Inquira se abrazó las rodillas, tratando de retener algo de calor. Sus ojos ya estaban bastante acostumbrados a la penumbra, de modo que podía ver al comandante dormitando en la pared de enfrente. Tragó saliva despacio y se lamió los labios. Su silbido resonó en las profundidades de la roca, grave y dulce, y las melancólicas notas de la blanca flor resonaron en los pasillos de piedra.
El viejo comandante se removió en sueños, y antes de acabar la primera estrofa ya había entreabierto los ojos . Inquira fingió no darse cuenta y siguió silbando hasta que las notas de la cancioncilla se perdieron en la oscuridad. Su mirada, sin embargo, no se apartó del rostro del comandante. Vio el levísimo temblor y vio la sorpresa en su rostro durante una décima de segundo, y sonrió para sí.
—No deberías silbar, chico. No sabemos que pueda haber aquí abajo. —La voz del comandante sonaba adormilada. Con una nota de inquietud.
—Perdón señor. Una mala costumbre.
—Bien. —El comandante volvió a enterrar la cabeza bajo la capa. Sin volverse, preguntó— ¿Cómo te llamas, chico? Aun no lo has dicho.
—Egisto Inquira
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Teatro de sombras
FantasyEn un mundo sin oscuridad, la suerte del Escudo, última tierra de la humanidad, se discute en torno a la mesa de una taberna, a escondidas del eterno Sol. Depende de un viaje a las ruinas de la civilización, una odisea sin retorno a la morada de be...