Más allá de la oscuridad, en su reino de pesadilla, el líder y fundador de los Lémures se desvanecía en las sombras de su mente. Solo, abandonado, cansado del mundo y sus recodos, de mancharse las manos, de sembrar muerte.
Intentó despertar, pero solo se hundía más y más en el mar de cadáveres que él mismo había creado. Intentó gritar, pero ya no tenía voz. Intentó suplicar, rogar a los cuervos de la cima de la fosa que cesaran en su cruel tarea, que dejaran de arrojar más cadáveres en el sumidero de su culpa, pero sus cuervos ya no le oían, su voz no volvería al mundo.
Entonces despertó, en el regazo de Hiem, bajo el calor infernal del Sol. La varega le miraba con una sonrisa burlona y ojos preocupados. "Esta vez ha debido ser la madre de todas las pesadillas" le dijo "bueno, bienvenido de vuelta, volnad". Sergio le observaba desde lejos, con el ceño fruncido, y el alivio brilló en su mirada cuando Justo se incorporó.
Dio un largo vistazo a su alrededor. Era un día cálido, y la luz pasaba a través del follaje. Sus Lémures paseaban por el campamento, entretenidos en sus tareas, ignorando el aturdimiento de su jefe. Pero algo no iba bien. Algo estaba fuera de lugar. Todo aquello solo podía ser una mentira.
Observó sus manos ennegrecidas, cubiertas de sangre fresca, goteante, mucho más real que cuanto le rodeaba. Las conversaciones se convirtieron en una mescolanza vacía y repulsiva, los buenos recuerdos se difuminaron mientras los árboles crecían hacia el cielo, amenazadores, bajo un sol encarnado y hostil.
Miles de ojos vacíos le observaban desde las ramas, hombres colgados, empalados, muertos corruptos que volvían sus miradas inanes para seguir los movimientos del rey de los fantasmas. Hablaban sin voz, en el murmullo de los malditos, que resonaba como la ceniza. Justo anduvo entre ellos, uno más en el reino de los caídos, contemplando el trabajo de una vida sin poder dejar de temblar. Las filas de los muertos aumentaban a su paso, montañas de cadáveres, muros de hombres mutilados, bóvedas de hueso.
Imitando la forma de un palacio, la justa residencia del señor del terror. Dio vueltas sin rumbo por los suelos calcificados, pasando entre sirvientes oscuros que iban sumando argamasa viva a los macabros muros.
Errando en busca de algo, una idea que no lograba aprehender, un momento que se le escapaba. Trepó los muros de los caídos, perdiendo la forma, volviéndose con cada cuerpo escalado más similar a un espectro, una sombra reptante, un demonio.
Descuartizó las paredes de carne y se abrió paso a zarpazos y mordiscos, llenándose el vientre con la carne putrefacta, hasta alcanzar un claro iluminado por el Sol, donde una joven madre jugaba con su hijo. Entonces supo qué andaba buscando.
Oyó sus gritos en cada fibra de su informe cuerpo mientras descuartizaba al pequeño. La madre le siguió poco después, y el rey de los monstruos sorbió con ansia su sangre, sus lágrimas, su vida.
Murió en aquella sangre, y muerto cruzó aquel vientre destrozado, escurriéndose por las heridas como un humo grotesco, hasta alcanzar la oscuridad.
Infinitas noches bajo el Sol había soñado con aquel paisaje, con aquel mundo sin luz. La tierra estaba cubierta de oscuridad y solo un sol de plata relucía en el firmamento, glorioso e invicto. Sus cuervos empezaron a morir en las sombras, pues sus alas ya no servían en la noche, y de sus cuerpos deformes surgieron hordas de espectros tan oscuros como él mismo, necrófagos hambrientos y expectantes. Justo lanzó un aullido de felicidad aterrada, se revolvió sobre sí mismo y renació.
En lo alto de un árbol, una noche serena de Sol. Su primera noche.
Dejado atras, empapado en sudor, Justo había sentido más miedo y soledad de la que jamás había imaginado. El resto de cazadores le habían abandonado para volver a informar, y en él recaía la tarea de vigilar a los asaltantes hasta que llegase la caballería. No era algo nuevo, no había conseguido caer en gracia a sus compañeros. Al fin y al cabo, Justo era noble, y pocas veces tendrían aquellos hombres la posibilidad de hacer sufrir a uno de su clase.
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Teatro de sombras
FantasyEn un mundo sin oscuridad, la suerte del Escudo, última tierra de la humanidad, se discute en torno a la mesa de una taberna, a escondidas del eterno Sol. Depende de un viaje a las ruinas de la civilización, una odisea sin retorno a la morada de be...