La alabarda de Belone cayó sobre su víctima, ineludible como el destino.
Pero el destino no es sino el camino que dictan los dioses, y los dioses tenían otras intenciones aquel ocaso.
El aire vibró con fuerza, la luz lo inundó todo y el estruendo rompió el mundo en pedazos. El fuego se reflejó en la mirada de Belone como una sentencia inevitable, el calor fundió su piel y la llamarada la golpeó como una maza, levantó su flaco cuerpo del suelo, y la arrojó lejos, consumida, desecha.
Tosió sin pulmones, jadeó sin boca, mientras notaba su cuerpo fundirse con la tierra, deshacerse con el chisporroteo de su carne y el humo acre de su sangre hirviente. Y pese a todo, de algún modo, seguía viva.
Trató con todas sus fuerzas de levantarse, de encontrar su mirada con la de su asesino, pero su cuerpo se negaba a responder. Oía su estómago deshacerse, podía ver de reojo su brazo mutilado, a un par de metros, y podría haber jurado que su ojo herido se había evaporado.
Allí acababa el camino. No había nada que pudiese hacer, era solo una mente atrapada en un cuerpo que moría.
Alcanzó a ver el fulgor surgir de la espesura, avanzar hacia ella, cada vez más intenso. Pudo notar la temperatura ascender, sus huesos prenderse, su vista nublarse. Pudo ver el rostro de un dios aparecer ante ella, en aquella su última hora. Brillaba con una luz dorada, la observaba con desprecio, humano solo en apariencia, mutable como una llama.
La aparición levantó una mano refulgente ante ella y el fuego del juicio brilló en aquella palma inconstante y poderosa.
Lo que quedaba de Belone se sacudió con fuerza, convulsionado, y un sonido patético, débil comenzó a ascender por su garganta fundida. La mirada del dios se volvió condescendiente mientras observaba sus estertores, su debilidad final. Un cuerpo roto, y una mente quebrada.
De forma lenta, patética, la muchacha consumida logró levantar un brazo abrasado, vacilante, hacia el dios. El gruñido subió por su garganta, forzando la carne muerta, mientras tendía una mano lamentable, abierta en una muda súplica.
Subió hasta alcanzar el brazo del divino y se cerró sobre su fulgurante muñeca, como un cepo. El dios trató de sacudírsela, pero aquella mano humeante y consumida solo se cerraba con más saña, mientras aquella última súplica tomaba en los labios la forma de una carcajada. Un sonido gutural, un desafío sin palabras de un alma indomable.
El dios volvió a refulgir y su fuego consumió lo que quedaba de Belone. Pero incluso después de que su carne se abrasara, de que su brazo se deshiciese, de que su cabeza quedase reducida a una calavera ennegrecida, aquella risa estertórea y terrible siguió resonando en el claro, hasta que solo quedó su eco y un esqueleto calcinado.
Agazapado junto al altar, Justo oyó los momentos finales de la alabardera, todavía incrédulo. Aquella aparición luminosa se giró hacia él en cuanto hubo desintegrado a la guerrera, y se acercó al altar con paso magnífico, etéreo. Se plantó ante el aturdido Lémur, se arrancó la mano carbonizada de la muñeca y le instó a levantarse con ademán imperioso, inmisericorde.
Justo logró ponerse a gatas, y, ayudándose del altar, logró erguirse hasta poder apoyarse sobre la piedra negra. Con movimientos lentos y dolorosos, tomó la penúltima de las llaves. Tardó tres intentos en lograr asirla, y otros tantos en conseguir empujarla a su sitio, manchando el altar con saliva y sangre en el proceso.
En cuanto apoyó la mano sobre la última llave, un ataque de tos más terrible que los anteriores, sacudió su debilitado cuerpo. Durante un segundo quedó ciego, y las piernas le flaquearon, mientras su cabeza caía directa hacia la inconsciencia.
Pero el dios no le dejo caer. Sostuvo su brazo, empujando la llave hacia su lugar. La consciencia de Justo regresó con el dolor, mientras aquella mano de puro fuego se cerraba sobre su piel, obligándolo a moverse. Tumbado sobre el altar, lloró con amargura mientras su carne ardía, sacudiéndose sin lograr librarse, pateando desesperado, hasta que la última llave ocupó su sitio y el dios lo arrojó a un lado, como un juguete roto.
Las llaves refulgieron con intensidad y una columna de luz blanca se elevó desde el altar, directa a los cielos, donde una Luna pálida saludó burlona a aquel remedo de hombre.
Tumbado sobre la hierba, ahogado en su sangre y su dolor, Justo cerró los ojos.
Lamuerte lo abrazó en silencio, en un sueño de oscuridad y fantasmas.
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Teatro de sombras
FantasyEn un mundo sin oscuridad, la suerte del Escudo, última tierra de la humanidad, se discute en torno a la mesa de una taberna, a escondidas del eterno Sol. Depende de un viaje a las ruinas de la civilización, una odisea sin retorno a la morada de be...