En realidad, Belone vivía aterrada. Era algo que nadie sabía, quizá sus más allegados habían llegado a intuirlo, pero nadie que viese aquella sonrisa feroz y el fuego en su mirada podía alcanzar a imaginar todo el terror que se escondía tras ella.
Se agazapó a lomos de su montura y preparó la lanza para la embestida. El caballo se lanzó a la carrera sin que mediara una orden, como el magnífico animal de batalla que era. Bajaron las escaleras sin apenas tocar el suelo, un cometa a ras de suelo enfilado hacia su enemigo.
La bicha se retorcía, rugía y escupía llamas hacia el cielo, presa de una agonía terrible. Su gula, su ira, habían cerrado sus mandíbulas sobre un bocado de lo más indigesto y ahora sufría las consecuencias de su glotonería, en forma de filo atorado en su garganta.
Belone aseguró la lanza, se apoyó con fuerza en los estribos y se dejó llevar en aquella carga imparable. La serpiente apenas tuvo tiempo de reaccionar contra semejante meteoro. Levantó una garra con torpeza, tratando de detener el golpe, y la alabarda la hizo jirones, destrozando piel y hueso con un estallido.
El golpe arrojó a Belone fuera de la grupa de su corcel, propinándose un tremendo costalazo, mientras su caballo continuaba su carrera sin ella, deteniéndose tan solo cuando la serpiente vomitó una llamarada sobre él, obligándole a recular.
El gusano se giró hacia la alabardera justo a tiempo para ver el peto de su arma hundirse en su ojo, cegándolo. Gritó dolorido y confuso, y arrojó una bocanada de fuego hacia su lado cegado, un esfuerzo inútil.
Inquira pasó bajo el cuello de la bestia y su martillo se hundió de lleno en la garra sana, seccionándola a la altura del codo. La serpiente retrocedió asustada, terminando de desgarrarse la pata, barriendo el suelo con fuego en un intento desesperado por librarse de ella.
Sin dudar un segundo la muchacha corrió hacia la puerta de entrada a la columna, escondiéndose del fuego tras las pétreas murallas de aquel viejo templo turrés. El calor del fuego lamía su piel con furia y el acre humo, cegaba su vista, pero, entre toses, Belone reía de pura felicidad. Ella que vivía aterrada, solo era libre cuando su vida estaba en juego, cuando bailaba al filo del abismo la canción del acero. Aquello era su misma esencia, de aquello estaba hecha. Su alma era una canción cantada con desesperación, vivía en un momento de sangre y fuego.
Una canción acudió a sus labios, y la rugió a pleno pulmón mientras la sierpe vomitaba salvas incandescentes sobre la montaña, cegada de ira y dolor.
Un rugido de dolor acompañó a la extinción de las llamas. Tan real que Belone aventuró un vistazo. Un humo negro y espeso escapaba de las narinas y la boca del dragón, ahogado en sus propias llamas. Se golpeaba la cabeza contra las rocas mientras agitaba con desesperación los muñones que había tenido por patas, llorando de pavor.
La muchacha aprovechó el sufrimiento de la criatura para cargar contra ella, rápida y silenciosa. La bicha rugió desafiante y arrojó una llamarada sobre ella, pero Belone danzaba hacia ella, fintando aquellos fogonazos breves y torpes, agazapada como un depredador, reduciendo la distancia con cada paso. En aquel instante eterno y efímero solo existían ella y su enemigo, el mundo vibraba en una canción endiablada y su alma temblaba y resonaba, ansiosa, sedienta de sangre. Belone conocía su oficio. La última llamarada cayó sobre ella demasiado rápida, demasiado cerca para poder esquivarla, de modo que no la esquivó. Cruzó el fuego mientras su brazo ardía, mientras perdía cabello y vista y hundió su lanza en la tráquea de la bestia, rompiendo piel y músculo.
El fuego escapó por la herida con un estallido que arrojó a la alabardera contra la pared y a la bicha al vacío. Con una horrorizada mirada de incomprensión en su rostro ofidio, la sierpe cayó en medio de un aullido interrumpido por los golpes mientras aquel cuerpo enorme chocaba con la pared de piedra, resbala por los escalones de la torre y caía hasta el mismísimo fondo de la ciudad.
Belone rugió de felicidad y dolor. Hinchó los pulmones y aspiró con deleite el aroma de su propia carne abrasada. Solo veía por el ojo derecho y su brazo izquierdo y la mitad de su cara y pecho latían y humeaban, pero se sentía como nunca. Se golpeó el hombro herido con fuerza y aulló de dolor. Viva, jodidamente viva. Invencible. Se levantó casi de un salto y dio un par de pasos de baile al borde del abismo, rio desquiciada. Su alma ardía, su voz componía una canción y su cuerpo no podía contener aquella deliciosa felicidad, como un escalofrío recorriéndola de pies a cabeza.
Un aullido ahogado le llegó desde lo hondo del abismo. Torció la cabeza. Su veloz corcel había vuelto junto a su ama y esperaba silencioso. Montó ignorando el aguijón del dolor. Habría tiempo para el dolor, y sería horrible y prolongado, pero en aquel momento todo era posible. Mientras la música sonase en su espíritu, a través de cada fibra de su ser, bailaría.
Belone vivía aterrada. Aterrada de la vida normal. De ser una decepción viviente, de fallar en cuanto el mundo esperaba de ella. No sabía cómo comportarse, hería a la gente sin saber cómo, parecía equivocarse en cada cosa que hacía, y no tenía la más mínima idea de cómo ser normal. Temía aquel vacío, temía su propia inutilidad, la decepción, la impotencia. Temía la preocupación, el futuro, la vida, la sociedad, las relaciones, las convenciones, las conversaciones banales, las charlas subidas de tono, los secretos, el amor.
No sabía nada de aquello. Se bloqueaba, tropezaba, se sentía más fea y tonta de lo normal. Pero en cuanto sus pies empezaban el baile, cuando su garganta se lanzaba en una canción y el fuego corría como un veneno por sus venas, Belone bailaba como un demonio, se olvidaba de todo. Podía vivir en una canción. Podía vivir en una lucha sin fin.
Alcanzó el fondo del barranco en menos de un minuto, estremeciéndose y boqueando. La serpiente yacía allí, derrumbada, apenas capaz de moverse. Belone se apeó de su montura y echó a andar, balanceando su arma a un ritmo que solo ella oía. A su boca acudieron aquellas conocidas estrofas, levantando ecos como espadas en las paredes del cañón.
—"Un golpe y otro golpe, y al dragón enfrentaremos..."
La bestia rugió, mostró sus colmillos, hizo chocar aquellas mandíbulas como cepos.
—"Feroces son sus garras, sus fauces son de hierro"
La bicha tomó aire, tosió y exhaló una bocanada de humo. Su fuego se había apagado.
—"Un golpe y otro golpe, su fuego exhalará..."
El dragón estaba aterrado. Se encogió, se enroscó, rugió de forma lastimera.
—"Mas tibias son sus llamas y, no nos detendrán."
La bestia se preparó para atacar, sus ojos ciegos llorando lágrimas de sangre.
—"Un golpe y otro golpe, y la bicha caerá..."
Como un resorte, el gusano impulsó su grotesca cabeza contra la alabardera. Belone hurtó el cuerpo al golpe, pero las mandíbulas de la bicha se cerraron sobre su brazo quemado, arrancándole la mano de cuajo. La bestia intentó retroceder, prepararse para otro ataque, pero la alabarda la cazó en el retroceso. La estocada agujereó la garganta de la bicha, y la poderosa cabeza vomitó sangre abrasada y se derrumbó, inmovilizada.
—"Más arde nuestro fuego, más nuestra voluntad."
Trepó sobre la cabeza derribada y se enfrentó al rostro consumido de la bestia, a su verdadera cara, tan humana como desagradable, retorcida en una mueca de desesperación y miedo. Se agazapó sobre él y sonrió. La bestia tragó saliva y le habló, con voz orgullosa y envejecida, tan sibilante como la suya propia.
—Teneos, buen señor, teneos. ¿Sabéis con quien tratáis? Yo soy Lucio Ofiskias, maestro de muchas artes y ciencias y puedo daros el conocimiento y las riquezas que desee vuestro corazón. Solo sed piadoso, buen señor.
—¿Ofiskias?
—Eso es.
—Qué casualidad. Yo también soy una Ofiskias, Belone Ofiskias.
—¡Familia pues! ¡No es bueno que la familia se hiera entre sí!
—El Ofiskias que creía eso está atragantado en tu gaznate, así que creo que seguiré con mi filosofía.
El rostro del anciano gusano se contorsionó en un grito de terror cuando el martillo de su pariente hizo pedazos su cráneo, y solo quedó el silencio y una canción.
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Teatro de sombras
FantasyEn un mundo sin oscuridad, la suerte del Escudo, última tierra de la humanidad, se discute en torno a la mesa de una taberna, a escondidas del eterno Sol. Depende de un viaje a las ruinas de la civilización, una odisea sin retorno a la morada de be...