47. La balada de Belone (I)

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Belone siguió al extraño hasta lo que antaño fuese una sala de descanso, lugar en que su huésped tomo asiento y la invitó a hacer lo mismo. Se sentó en el hueco de un ventanal, con la espalda contra la pared y la mirada fija en el desconocido, atenta al menor de sus movimientos y lista para partirle la cara si hacia algo medio raro.

El hombre sonrió, una sonrisa nerviosa, y le ofreció un vaso de agua que Belone aceptó, pero no tocó, sin dejar de estudiarlo en ningún momento, tensa como un resorte.

El hombrecillo no tardó en ceder a la presión y, tras carraspear con aire intranquilo, decidió romper el hielo.

—Comprenderá mi sorpresa, señorita, al encontrarme con alguien tan lejos de la civilización. ¡Y una mujer nada menos!

—¿Cómo has sabido tan rápido que soy una mujer? —Belone entrecerró los ojos y sus manos se crisparon amenazantes, lo cual aceleró la respuesta de su interlocutor.

—La barba, señorita. Pocos hombres pueden mantenerse con una barbilla tan absolutamente suave, menos tras un viaje a través del Erebo.

—Ya. —Inquira retrocedió de nuevo a su asiento, sonriendo al ver la incomodidad del extraño—. No había pensado en eso...

El hombrecillo rio de alivio y alegría. Sus manos tamborileaban con rapidez engañosa sobre la mesa junto a la que había tomado asiento y la sonrisa se esforzaba por mantenerse en aquella cara preocupada. La viva imagen de los nervios, incluso demasiado. Inquira decidió tomar la iniciativa.

—¿Qué hay de ti? ¿Qué pintas tan lejos del mundo?

—Ah, excelente pregunta, señorita. Soy un bardo errante, nada más. Un cuentacuentos.

El autoproclamado bardo realizo una rápida reverencia.

—Ya. Bardo. ¿Y que hace un bardo tan lejos de la civilización?

—El nuestro es un trabajo de vagabundo. —El hombrecillo se encogió de hombros sonriente, tratando con todas sus fuerzas de quitarle hierro al asunto—. Además, según creo, el templo de Lucerna guarda algunos bellísimos manuscritos a los que de buen gusto echaría un vistazo.

—¿Y entonces que haces en la Torre de Inquira? Ve al templo, hombre.

—Ah, me temó que eso no me es posible. Culpa de Vindex, me temo.

Belone dedicó un rápido vistazo a la figura en mitad de la plaza.

—Ese de ahí.

—Veo que es usted sumamente despierta, señorita.

—Deja lo de señorita. Me da escalofríos.

—¿Y cómo debería referirme a usted, en ese caso?

—Belone irá bien. Belone Inquira.

El bardo dio un respingo sorprendido, y una sonrisa afable se instaló en su rostro.

—¡Inquira! Esa es una vieja familia de Lucerna...

—Así es. O era.

—De modo que una descendiente de turreses presentándose en su patria chica cientos de años después de su caída. —El hombrecillo dio una palmada ante sí, extático de alegría—. Oh, esa es una historia que debe compartir conmigo, sin duda.

De un salto, el bardo se puso en pie y se acercó a sus bártulos, amontonados al otro extremo de la sala. Inquira siguió los movimientos de su anfitrión, pendiente de que sus manos no se acercasen al asta cubierta de lo que sin lugar a dudas era una lanza.

Teatro de sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora