38. El jardín de las delicias

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Los gritos suplicantes de los engendros de Yenisehir se imponían al manto silencioso de la bruma, llegando incluso a la gran mansión en que Festo y Meltem esperaban escondidos.

Escuchaban en silencio el espectáculo, ocultos a la mirada del guardián por una toldilla, Festo tarareando en silencio, Meltem con expresión de desconcierto y la boca entreabierta, muda de asombro.

—¿Puedes repetirme qué tipo de soldado?

—¿Somos, quieres decir? Oh, no somos soldados. Más como cazadores. O fantasmas.

La inmortal asintió en silencio y siguió observando la bruma con expresión fascinada, para diversión de Festo. Una fuerte racha de viento interrumpió a los observadores cuando el guardián alado de la ciudad descendió desde las alturas, volando como un rayo hacia el corazón de la niebla. Aún lo observaron un momento más antes de levantarse y encaminar sus pasos hacia el palacio real, ahora libre de vigilancia.

Meltem abría el camino y Festo la seguía pocos pasos más atrás, contemplando los alrededores fascinado. El Sol caía a plomo y el aire era tan seco que costaba respirar, y el nycto podía ver cómo aquello estaba haciendo polvo a Meltem. La inmortal había vivido durante siglos oculta del astro, al fin y al cabo, pero no podía llamar a su niebla si no querían ser descubiertos. Cruzaron de sombra en sombra siempre que pudieron y corrieron cuando fue imposible escapar a la luz del dios, hasta llegar al gran palacio real.

Las grandes puertas estaban cerradas, de modo que Meltem decidió que darían un rodeo. Se descolgaron desde el puente de acceso y bajaron hasta un jardín colgante inferior. Una vez allí, vagaron entre la flora agostada y las fuentes secas hasta encontrar un acceso al castillo.

Entraron a un gran  comedor y se sentaron en el frío suelo a descansar. Festo empapó su capa con el agua de su cantimplora y echó el abrigo húmedo sobre los hombros de la duate, que se arropó en él agradecida. El Lémur la observó preocupado y decidió intentar distraerla. Vagó por el salón contemplándolo antes de volverse hacia ella muy teatralmente, con los brazos bien abiertos para abarcar la sala entera.

—Este sitio debió ser impresionante.

—Lo era.

—Hay una cosa que todos parecen saber menos yo ¿Qué tipo de soldado es un Viento?

—No soldados, éramos... generales. —Meltem torció el gesto, paladeando aquella palabra como si no la convenciera—. Cuatro vientos de la tierra para generalizar cada provincia...

—¿Gobernar?

—Gobernar, si. Cuatro gobernarales y cuatro Vientos de la Guerra para gobernar los ejércitos.

—Es gobernantes —corrigió Festo—.  Y comandar.

—Comandar. Comandar los ejércitos.

—¿Y qué trabajo hacías tú?

—Yo soy mujer. —Meltem esbozó una sonrisa triste—. Viento de Guerra, el Búho, rango más bajo.

—El búho...

—Me ocupo de los mercenarios. Extranjeros.

—¡Por eso hablas nycto!

—Sí. Y varego y janita y sonndí...

—Vaya, eso es impresionante. Ah, sí ¿Qué hay de las máscaras? Hablabais de un toro y un búho y cosas así...

—Cada viento tenía una máscara, de un animal. Los generales... gobernantes son toro, león, caballo y perro. Los Vientos de la guerra son búho, halcón, águila e ibis.

Teatro de sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora