59. Partida

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Las palabras del avare habían levantado bastante ruido en el pequeño Ikinciev. Murat observaba las discusiones y gritos reclinado en una pared, con los brazos cruzados y la mente vagando, ajeno al ruido.

De un lado estaban los que querían conceder al espíritu lo que pedía, del otro los que querían plantarle cara. Los ánimos se habían calentado y todo el pueblo quería hacer oir su opinión. Discutían sobre la supuesta naturaleza de aquel ser y el alcance de su poder, pero aunque los partidarios del choque gritaran muy alto, todos estaban aterrados, y las miradas volvían una y otra vez hacia los tres hombres más fuertes del pueblo, muertos y decapitados. Murat estaba tranquilo; los partidarios del envió ya habían designado a un grupo de ocho, ahora solo restaba esperar a que el calor del Sol y la presión del tiempo lograsen que la urgencia superara a los escrúpulos. Entonces los enviarían.

El propio Murat se había ofrecido voluntario para aquella empresa, antes de hacerse a un lado y dejar que discutiesen. Yilmaz también pasaría por el aro, por su insubordinación de aquella mañana, y con él había caído Taylan, quien, al fin y al cabo, era su compañero. Vendrían bien, eran silenciosos y despiertos, la clase de gente que una empresa como aquella necesitaba.

Faruk se había sumado por la gloria y llevaba un rato rabiando por que el mando hubiese recaído en Murat. Berk también había entrado, un muchacho fuerte, pero no muy avispado. Amir había sido el último voluntario. Era el hijo de Alp, el maestro de esgrima muerto. Era un buen hombre, y un buen luchador, pero Murat temía por su sed de venganza. Dudaba que aquel "espíritu" fuese en realidad un avare, pero aquello no hacía que fuese menos peligroso.

También Sule había querido sumarse a la compañía, pero sus peticiones habían sido rechazadas de plano, tanto por los ancianos como por su familia, y la muchacha se había marchado muy ofuscada de vuelta al templo. Murat hubiese apostado su caballo a que volverían a verla antes del atardecer.

Rasim y Sadi habían sido los elegidos para completar la infausta compañía. Rasim era un bebedor empedernido, y uno violento, mientras que Sadi tenía demasiada maña con las mujeres y muy poca huyendo, así que aquella sería la manera de que ambos pagaran su condena.

Una vez Murat había tenido su equipo claro se había retirado a una esquina a dejar que los ancianos discutiesen, y medio pueblo con ellos; a esperar en paciente silencio a que le diesen la orden. Yilmaz y Taylan ya estaban preparando las provisiones y ensillando los caballos por orden suya, así que no había ninguna prisa.

El avare. Aquella criatura ocupaba todos sus pensamientos. Murat era uno de los pocos guardias del pueblo que tenía más de soldado que de cazador, y veía en las acciones del espíritu el trabajo de una excelente militar. Los había puesto en tensión, dejando clara su debilidad y cazando a los líderes militares del pueblo sin dificultad. A aquel mensaje de fuerza había sumado el simbolismo del viejo reino. Ocho vientos y un rey, su presentación en la cripta como una voluntad de los ancestros, el ataque al Sol, todo aquello era pura materia de leyenda, daba solidez al personaje. El tifón, un noveno viento salvaje que ponía la voluntad de Toprak en marcha cuando el reino se había desbandado.

Por más vueltas que le diera, no conseguía desentrañar los objetivos de la aparición, así que había tomado la única decisión lógica: seguirla y asegurarse de que no suponía ningún peligro para el pueblo. Aquello era todo cuanto podía hacer.

La tarde cayó y las cosas fueron tal y como el nuevo capitán había previsto. Todos sus hombres estaban sobre sus caballerías antes del regreso del Sol, y camino a la atalaya derruida que dominaba la encrucijada.

Sule les esperaba a los pies de la torre, con su propia montura, y en cuanto todos se reunieron, el avare apareció algunos metros por delante de ellos, indicándoles que le siguiesen.

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