Capítulo veintiuno

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Gerard no había aparecido, no desde que olvidó no hablar. Frank lo acusó de cobarde, es que, ¿Por qué no había ido a visitarlo?
Aunque no quisiera reconocerlo, Frank lo extrañaba, lo extrañaba mucho. Gerard era lo único que le quedaba -aunque solo fuese un fantasma- y quería volver a tener aquellas charlas donde el único que hablaba era él.

¿Gerard lo había dejado?

Si, Frank lo había matado, pero ese no era motivo suficiente para que lo dejara, ¿Verdad? Al menos él quería creer en eso, quería creer en que su amor era más fuerte.

¿Es que la muerte separa al amor?

Frank lo seguía amando, igual o más que antes, así que no, la muerte no es impedimento para el amor. Aunque todavía quedaba una duda: ¿Gerard lo seguía amando?

Gerard... Gerard antes era tan transparente, que con solo mirarlo descifrabas sus sentimientos. Pero ahora parecía una roca. Una roca blanda y suave -aunque no lo pudieran tocar-.

Frank era un revoltijo de dudas, y, por primera vez, tuvo miedo. Miedo a ser separado de lo único que le quedaba en su desastrosa existencia. Miedo a estar solo, porque era verdad, Frank nunca antes había estado solo, porque Gerard siempre estuvo a su lado.

¿Dónde podría estar Gerard?

Frank -obviamente- nunca había sido un fantasma, así que no tenía la más remota idea de dónde pudiese estar.

¿Dónde podría estar un fantasma?

Nunca se había planteado esa duda, por lo que tampoco se lo imaginaba.

«¿Dónde estás, Gee?» Suspiró, rindiéndose por el día de hoy.

Ya mañana vería cómo invocarlo.

De atar; FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora