Frank era -a pesar de todo- un niño feliz, con la imaginación volando por los aires.
Sus pasos siempre lo llevaban al mismo lugar: la casa de Gerard.
Gerard siempre había sido su gran y único amigo, incondicionalmente.
Su amistad iba más allá de cualquier barrera, superaba los límites y recorría el cruel mundo que los rodeaba.— ¿Qué haces, Frank?– Preguntó un Gerard de diez años.
— Mato inséctos.– Obvió.— ¡Mira cómo se retuercen!
— Dijo mi mami que eso está mal.Claro, Donna Way era una persona juiciosa y de buen corazón, pero Frank no tenía una figura que lo guiase, no, él tenía que afrontar solo al mundo que se levantaba ante él.
— Yo digo que está bien.– Sanjó.
— ¿Quieres ir a jugar a mi casa? Mi papi me compró un auto nuevo.– Sonrió, siempre intentando complacer a Frank.Frank frunció el ceño. Definitivamente sus padres no le compraban juguetes nuevos. Recuerda el día en que le pidió un tractor a su padre, pero su respuesta, como siempre, fue negativa, traumando al inocente niño.
—¡Yo no voy a gastar dinero en un marica!– Había dicho, destruyendo el pequeño corazón del infante.
— ¡Frank!– Gerard lo trajo de regreso, pasándole una mano repetidas veces por su pálido rostro.— Te estaba diciendo que mis padres salieron al supermercado y que me traerán una bolsa de dulces.
Frank no sentía envidia, al revés. Frank sentía un dolor en su pecho, tal vez porque sus padres nunca serían como los de Gerard. Nunca lo amarían como los Way aman a Gerard.
Los dos niños se abrieron paso en la casa de los Way, que Frank ya conocía muy bien.— Vayamos a mi habitación.– Canturreó.— ¡Verás lo grande que es mi nuevo auto!
Subieron por las grandes escaleras, encontrándose con la puerta que daba a su recámara.
Los dos se quitaron los zapatos y se subieron a la cama, ya era un ritual.— ¿Qué tienes ahí, Frank?– El pequeño se acercó a su amigo, que lo miraba extrañado.— ¡Una pestaña! Dicen que trae buena suerte...
Pero se cortó cuando se dio cuenta de lo cerca que estaban, avergonzándose al instante.
Gerard sintió un cosquilleo en los labios, descubriendo que eran los de Frank que presionaban los suyos.
Fue un pequeño beso, que no duró un segundo. Fue un beso de niños, pero que no solo quedaría allí.