Capítulo ochenta y cinco

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Los días pasaban y el orgullo de Frank seguía intacto. No había ido a visitarlo ni había demostrado una pizca de interés.
Obviamente que se estaba muriendo por dentro, mas no quería ser él el que diese el primer paso.
Cheec había desaparecido por unos días, y Linda estaba más exasperante de lo normal.
Frank no sabía qué hacer; la única familia que tenía se estaba desmoronando, y ni que hablar de su relación amorosa.
Su vida estaba siendo un completo desastre, al igual que él.
Se levantó de la cama dispuesto a arreglar, aunque sea, su problema familiar. No importaba si aparecía con un ojo morado o la nariz rota.
Su madre se encontraba en el jardín desmalezando las plantas, y cuando lo vio hizo un gesto de disgusto.

— Hola.– La saludó, sin recibir nada a cambio.— Mamá...
— ¿Qué quieres, Frank?

Linda arrancó con demasiada fuerza una pobre flor, ocasionando que la tierra disparase por todos lados.
Era un avance que lo llamase por su nombre, ya que últimamente lo apodaba como "inútil" y todos sus sinónimos.

— Quería hablar contigo.
— ¿No ves que estoy ocupada?
— Me he dado cuenta de que...

La mujer exclamó algo que fue lo más parecido a un rugido.

— Papá y tú pelean demasiado.– Prosiguió sin amedrentarse por la mirada de odio de parte de su progenitora.— Quería saber qué sucede.
— No es de tu incumbencia.
— ¡Sí, lo es!– Levantó la voz, ya cansado con toda la situación.— Estoy harto, mamá.
— ¡Yo estoy harta de ti!– Escupió, acercándose amenazadora.— ¡¿No puedes simplemente callarte y hacer como que no existes?!
— ¡Hubiesen usado preservativo, así no me tenían!
— ¡¿Qué dijiste?!– Su mano impactó contra la mejilla de Frank.— ¡No vuelvas a repetirlo!
— ¡¿Por qué no?!– Gritó, sobándose el gope. Ya no había vuelta atrás.— ¡No me vengas con tus estupideces de Dios y La Bilblia, porque claramente yo no nací de la tierra!
— ¡No me faltes el respeto, mal nacido!
— Pues nací de ti, ¿Por qué crees que lo soy?

Linda estaba roja de ira. Sus cabellos se habían alborotado y sus ojos se hallaron más grandes.

— ¡Estás agotando mi paciencia, Frank Anthony Thomas Iero Priccolo!

Él sabía que eso era verdad, ya que nunca utilizaba su nombre completo. Pero no tenía nada más que perder, ya las cosas estaban hechas y no iba a retractarse.

— ¿Por qué pelean? ¿Puedes decirme eso, por favor?– Trató de serenarse, mas su respiración todavía salía con dificultad.— Solo eso te pido.

Su madre pareció pensarlo un momento.

— Tu padre se está viendo con otra mujer.– Dijo al fin.— Se está viendo con una zorra.



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Por fin Frank se puso los pantalones.

¡Gracias por leer! 💕

De atar; FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora