Capítulo catorce

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— ¿Qué haces, demonio?– Linda le preguntó a su hijo.
— Buenos días, madre.– Sonrió.
— Te pregunté qué hacías, niño mal criado.
— Estoy cocinando.– Sus manos buscaron un ingrediente en la alacena.– Hago galletas.
— Luego de que termines limpia todo, porque sino le diré a tu padre.
— Si, madre.

Su buen humor no se lo podría quitar ni los golpes e insultos de su padre. No. Frank Iero estaba feliz. Por fin Gerard y él darían el siguiente paso en su relación.
No iba a mentir, de verdad estaba nervioso, tanto que de su espalda corría un sudor desagradable.

«¿Cómo se sentirá?» Se preguntaba todo el tiempo.

Obviamente tenía claro que no sería lo mismo que en sus autoexploraciones, ya que no solo tenía que hacer movimientos con su mano, sino que tenía que complacer a otro ser vivo que sentía igual que él.
Y una duda entró en él.

«¿Quién será el pasivo?»

Claramente él no lo sería. Todavía no quería que profanaran su cuerpo de esa manera, así que supuso que Gerard sería el sumiso.
Un ruido lo sobresaltó. Había tirado un vaso de vidrio, y los cristales estaban esparcidos por toda la cocina.

— ¡¿Qué hiciste ahora, estúpido?!– Gritó su padre.
— Lo siento, yo...– Pero no lo dejó terminar. Un puño se estrelló en su mejilla, provocándole un gran dolor— ¡Ay!
— ¡Todo lo tienes que arruinar, pedazo de mierda!
— ¡Lo siento!– Intentaba disculparse, pero los golpes de Cheec iban en aumento.
— ¡Eres un maldito marica!

Cheec lo agarró del pelo, jalando con fuerza hasta arrastrarlo a la pequeña sala de estar.

— ¡¿Por qué no eres normal, fenómeno?!– Lo empujó de tal manera que cayó al suelo.— ¡¿Por qué no puedes ser un hombre?!

Frank estaba acurrucado en el suelo, tratando de no llorar por los constantes insultos de parte de su padre.

— Para...– Susurró cuando lo comenzó a patear.
— ¿Qué dijiste?– Rió.— ¿Acaso escuché mal? ¿Pediste que pare?
— Por favor...
— ¡¿Acaso vas a llorar, niñita?! ¡Llora! ¡Llora como la puta que eres!

Frank no podía más. Los golpes eran cada vez más fuertes, y se los propinaba en lugares más susceptibles.

«No llores» Se repetía. «No llores, algún día esta pesadilla terminará»

— ¡Eres un hijo de perra! ¡Nunca debiste haber nacido!

Y vinieron más golpes, hasta que no sintió nada más y su vista se volvió en negro.

De atar; FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora