Capítulo cuarenta y seis

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— ¿Qué es lo que más te gustaba de Gerard?– Preguntó, anotando lo que habían hablado anteriormente.
— Eso no se pregunta, Jamia. No puedo destacar solo una cosa.
— Entonces dime qué te ponía feliz.
— Todo él me ponía feliz.
— Especifica, Frank.

Rodó los ojos, abrumado y tratando de buscar palabras que describiesen lo maravilloso que se sentía estar con Gerard.

— Su sonrisa me ponía feliz, era como un hechizo, ¿Sabes? Siempre que sonreía hacía mis días mejores.– Dijo, sintiéndose cohibido por estar abriendo su corazón.— También amaba su voz, su canto me tranquilizaba.
— ¿Y físicamente?

Frank sonrió pícaro, pero resolvió que no era momento para bromas.

— Es que no se puede elegir solo una cosa.
— Te plantearé algo, ¿Está bien?– Arrancó una hoja de su libreta y agarró un bolígrafo, dándoselos a Frank, quien los agarró con recelo.— Te daré unos minutos para que enfoques tu mente en un recuerdo y escribas lo que sentías en ese momento.
— Eso será difícil.
— Pero no imposible.

Jamia le sonrió, dándole ánimos para comenzar.

— Aquí voy.– Suspiró Frank.

Por unos minutos quedó pensando, removiendo en su mente algunos recuerdos que no sabía que estaban allí, pero nada como para escribir.

— No puedo.– Se rindió.
— Si, puedes.
— No, Jamia, no se me viene nada a la mente.
— ¿En qué clase de cosas estás pensando?
— ¿En qué sentido?
— ¿Felices o tristes?
— Felices.
— Tal vez ese es el problema, no puedes describir momentos felices porque en tu vida los tuviste muy poco.
— No entendí.

Esta vez fue Jamia quien rodó los ojos.

— Que tú viviste más momentos tristes que felices, por ello no puedes describir estos últimos: porque no los tienes familiarizados.– Esperó a que su paciente razonara aquello y agregó:— Podrías intentar describir una vivencia triste.
— Lo intentaré.

Garabateó por un rato en la hoja, hasta que un recuerdo invadió su mente.
Pasó poco menos de una hora cuando Frank le tendió con timidez la hoja a Jamia, y esta la aceptó con una sonrisa.
La caligrafía no era la mejor, pero las palabras eran legibles.

"Veía a sus claros ojos llorar, mientras los míos luchaban por no terminar igual.
¿Por qué tenía que suceder así?
Los días pasaban como exalaciones, como los besos que compartíamos.
¿Acaso fue nuestra culpa?
No, la culpa fue de ellos. La culpa fue de todas aquellas personas que no comprendían nuestro amor.
¿Acaso no les bastaba que nos amásemos?
Al parecer no. Lo único que les interesaba eran las apariencias, dejando de lado lo que nosotros sintiésemos.
¿Acaso no podían dejar que fuésemos felices?
No, porque las apariencias eran lo primero.
Mi corazón se partía en mil pedazos cada vez que sus ojos me miraban con dolor.
¿Acaso nuestro amor no era suficiente?
Nos amábamos tan profundamente que dudaba que no fuese suficiente.
Lo amaba. Lo amaba irremediablemente. Lo amaba tanto que daría mi vida por él.
Pero, ¿Qué podíamos hacer dos adolescentes contra el mundo?
Sus ojos me miraban con miedo, con culpa, y yo deseaba con todas mis fuerzas poder instalar aquel brillo que los caracterizaba.
Deseaba irme lejos, raptarlo y comenzar una nueva vida, sin que nadie nos conociese, sin que nadie nos juzgase.
Porque él es todo lo que tengo.
Porque él es mi vida entera y la razón de mi existir.
Porque su sonrisa me daba fuerzas para seguir.
Pero su sonrisa no estaba. Su sonrisa se encontraba opacada por el dolor de nuestra desdicha.
¿Por qué dos personas no se pueden amar?
Porque sí, antes que todo somos personas, personas que se aman a más no poder.
¿Es porque somos hombres?
¿Es que acaso ésta sociedad sigue con esos pensamientos retrógradas?
Nuestro amor es más fuerte, tiene que ser más fuerte."

Terminó de leer y se secó una lágrima que había caído por su mejilla.

— Lo siento.– Agarró de su bolso un pañuelo desechable y se limpió la nariz.— Tendrías que escribir un libro, Frank.
— Creo que me inspiré.– Sonrió, todavía con el pecho oprimido por ese tan amargo recuerdo.

De atar; FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora