Se sentía solo en un mundo lleno de personas hirientes, lleno de personas que deseaban con tanto ahínco hacerle caer.
— No sirve de nada llorar.– Se decía, mirándose al espejo.— ¡No llores!
Pero era en vano, las lágrimas surcaban de sus hermosos ojos, cayendo como cascadas.
— ¡No llores!– Mascullaba.— ¡No seas débil!
Con las mangas de su chaqueta intentaba secarse su rostro, mas sabía que pronto estaría empapado nuevamente.
— ¡¿Por qué?!– Le gritaba al espejo.— ¡¿Por qué?!
Una de sus manos viajó con demasiada dureza a su reflejo, provocando que este explotase en incontables trozos, abriendo heridas en su pálido cuerpo.
Sollozaba mientras, en el suelo, apretaba las pierna contra su pecho, haciéndose un ovillo en el charco color carmín que emanaba de sus cortes.
Y así quedó dormido, deseando no despertar.
Allí se dio cuenta de que el dolor físico no es nada comparado al dolor emocional.
Allí descubrió que el dolor físico lo calmaba como nada lograba hacerlo.
