Capítulo ochenta y siete

33 14 5
                                    

— Parece que los dos tenemos tendencias psicópatas.– Dijo Frank luego de un rato, donde Linda se tranquilizó. Su madre subió la mirada.— Yo maté a mi hermana y tú mataste a tu marido.
— No es lo mismo, tu hermana nunca te hizo nada.

Linda no tenía ganas de nada, hasta parecía no querer pelear.

— Tienes razón. Pero tú lo hiciste a conciencia, mientras que yo lo hice sin querer.
— ¿Qué más da? Tu padre era un hijo de puta.
— ¿Y tú no eres igual?
— No, somos diferentes.
— ¿En serio? Porque los dos se encargaron de hacer de mi vida un infierno, ¿Eso no es ser un hijo de puta?
— Te lo merecías.– Dijo con la mirada perdida.— Te lo mereces.
— ¿Por qué me lo merezco?
— Dímelo tú, ¿Acaso crees que es normal ser homosexual? ¿Acaso crees que está bien?
— ¿Acaso tú crees que es normal golpearme hasta dejarme en la inconsciencia? ¿Acaso crees que está bien hacerme la vida imposible tan solo por amar?
— No mezcles las cosas, ese es tu castigo.
— ¿Castigo? ¿Por qué tú crees que merezco un castigo?
— Por ser una abominación, claro está.
— Para ti ser una abominación es amar a alguien de tu mismo sexo, mientras que golpear y maltratar está bien.
— Yo no dije que estuviese bien.
— ¿Y por qué lo hacías? ¿Por qué sonreías con suficiencia cada vez que papá me golpeaba?
— Ya lo dije: te lo merecías.
— Yo creo que eso se lo merece, por ejemplo, un violador o un delincuente. No creo que por amar me merezca semejante castigo.
— Es casi lo mismo.
— ¿Cómo va a ser lo mismo? Yo no le hago nada malo a nadie... Ningún homosexual le hace daño a nadie. Solo tienen una manera 'distinta' de amar.– Hizo comillas con sus dedos, sabiendo que decía eso solo para que su madre entendiese.— Dios nos ama a todos por igual.

En realidad Frank no creía en Dios, y tampoco en lo de que los homosexuales amaban diferente, ya que se supone que todos somos personas y no hay amor diferente. Simplemente el amor es amor, sea como sea.

— No metas a Dios en esto.– Dijo Linda luego de un rato.— Él no tiene la culpa de que personas como tú salgan atrofiadas.
— ¿Crees que amar es pecado, mamá? Entonces todas las personas nos iríamos al infierno, porque todos amamos.
— Un hombre y una mujer se pueden amar, pero no personas del mismo sexo.
— ¿Entonces una madre y una hija no se pueden amar? ¿Entonces dos amigas o amigos no se pueden amar?
— No es lo mismo.
— Según tu razonamiento lo es.
— Estás entreverando todo, Frank. El punto es que los homosexuales son escoria.
— Entonces personas como tú también lo son.
— ¿Por qué?
— Por pensar que el amor está mal.
— El amor no está mal...
— ¿Entonces tu idealización de el amor es una pareja como la tuya y papá, que todos los días peleen y discutan, hasta que alguno de los dos mate al otro? Estamos perdidos si piensas eso.
— No, Frank...
— Si tú vieras a Gerard... Si tú vieras cuánto lo amo, cuánto nos amamos.
— ¿Sigues viéndote con ese mocoso?

La mujer no parecía enojada, solo sorprendida. Tal vez se estaba resignando a la vida de mierda que tenía.

— Amo a Gerard y siempre lo amaré. Nuestro amor es tan especial... Es como viajar por las nubes.

Frank hablaba con esa fascinación que tanto lo caracterizaba cuando sacaba a Gerard en alguna conversación, siempre con ese brillo en los ojos.

— ¿Qué le ves a Gerard? No entiendo...
— ¿Qué no entiendes?
— No entiendo cómo alguien puede amar a alguien de su mismo sexo.
— Que a ti no te gusten las chicas no significa que a otra mujer no le tengan que gustar. Es lo mismo con los hombres.
— Con mujeres puede ser tolerable, pero ya en los hombres es asqueroso.
— ¿Por qué asqueroso?
— No sé, parecen mujeres.
— ¿Y eso está mal? ¿Ser -o parecer- mujer está mal?
— ¿Ves como siempre das vuelta las cosas? ¡Yo nunca dije eso!
— Eso es lo que parece.

La puerta principal se abrió de golpe con un estruendo y Linda comenzó a llorar desconsoladamente. Luego todo pasó demasiado rápido.
Hombres y mujeres uniformados entraron y agarraron a Linda sin delicadeza, llevándosela a rastras.

—¡Mamá!– Gritó Frank antes de que desapareciera.

De atar; FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora