Capítulo cuarenta y dos

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Frank esperó junto a Donna, los dos demasiado ansiosos como para hablar.
Él jugueteaba con sus manos, tratando con todas sus fuerzas no pensar -algo que era imposible-. Su pie izquierdo golpeaba el suelo una y otra vez, poniendo aún mas nerviosa a la señora.

— ¿Familiares de Gerard Way?– Preguntó un joven en bata blanca.

Frank, ni bien escuchó, se levantó con una velocidad increíble, haciendo que Donna se sobresalte, mas no fue impedimento para que ella también vaya a hablar con el médico.

— Nosotros.– Informó Frank.

El cabello del doctor se le hizo gracioso, y, si no fuese por las circunstancias en las cuales estaba, se hubiese reído.

— Mi nombre es Ray Toro, encargado de Gerard.
— ¿Cómo está mi hijo, doctor?
— El paciente se encuentra estable; le aplicamos un vía respiratoria, así que no se asusten si lo ven con ella.
— ¿Podemos verlo?– Preguntó el chico, sin entender del todo aquellas palabras que dijo el doctor.
— Ya despertó, así que no veo ningún inconveniente.
— Gracias.– Repetía Donna en un susurro, mientras seguía a Ray.— Gracias por salvar a mi hijo.

A Frank se le encogió el corazón al saber que eso no era dicho en honor al médico, sino en honor a él. Amaba a esa señora.
Aquel lugar lo puso incómodo; ya de por sí no le agradaba el color blanco, y todo allí era de ese color. La pequeña habitación estaba alumbrada por una tenue luz, y muchas máquinas sonaban a su alrededor. En el medio de tanto blanco impoluto, una camilla sostenía a ese chico que tanto amaba.
Gerard levantó su cabeza y ambas miradas se conectaron.

De atar; FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora