Capítulo cincuenta y uno

40 18 4
                                    

Abrió los ojos sintiendo dolor en su espalda. Su vista todavía seguía nublada por el cansancio, así que no se dio cuenta del contexto en el que estaba.
Sintió el roce de piel, como un pequeño movimiento, como una caricia.
Se enderezó en el asiento que no sabía que estaba ocupando, y divisó las orbes esmeraldas que tanto lo habían enamorado.

— Buen día, amor.– Saludó Gerard.

Allí recordó todo lo que había pasado, desde su desmayo hasta Ray ayudándolo a escaparse rumbo a la habitación de Gerard.

— No sabía que habías venido.– Siguió, viendo el aletargamiento de su novio.— Me hubieses dicho que viniste.

Frank se movió, provocando que todos sus huesos sonasen.

— ¿Cómo te sientes?– Eludió Frank.
— Llevo escuchando esa misma pregunta desde que estoy aquí.

No supo qué decir, mas la sonrisa de Gerard le dijo que era una broma.

— Te extrañé, Gee...
— Yo también te extrañé, Frankie de mi corazón.

Era normal que Gerard le pusiese esa clase de apodos, siempre demostrando cuánto lo amaba.

— Ven, Frank.– Lo guió hasta sentarse en la camilla.— Donna se fue a casa cuando te vio... por suerte.
— Es tu madre, Gerard.
— Si, pero a veces se pone muy pesada.
— Solo se preocupa por ti.

Gerard bufó sin querer entrar en una discusión, prefería aprovechar el poco tiempo que tenía estando a solas con su Frank.

— No te enojes...– Susurró Frank, no sabiendo lo que en su mente pasaba.— Solo digo que deberías apreciar más todo lo que hace Donna.

Gerard se sentó, ya que todavía seguía acostado, y se acercó más a Frank, quedando a pocos centímetros de distancia. Inclinó la cabeza hasta encontrarse con su cuello pálido, y besó la extensión.
Frank sintió cómo la piel se le erizaba en respuesta a esos pequeños besos que Gerard le estaba dando.
Gee llevó una mano al torso de su novio, notando que este llevaba un camisón como el suyo, pero decidió dejar el interrogatorio para después. Ahora se encontraba entretenido hurgando bajo esa fina tela que no hacía más que estorbar.
Frank, desconectando su mente, se dejó llevar por esos extraños sentimientos que nunca se había atrevido a experimentar. Agarró el rostro de Gerard, conectando sus miradas y quedándose así por unos segundos.

— Te amo.– Dijo y unió sus labios con los de él.

El beso era suave, sin presión, tanto que los dos comenzaron a desesperarse por la falta de contacto. Gerard se subió al regazo de Frank, haciendo que en sus cuerpos no quede ningún tipo de distancia.
La fricción era cada vez más rápida, logrando que algo despierte en los dos.

— Frank...– Dijo Gerard en medio de una exhalación.— Debemos parar.

Frank no podía parar, Gerard ya había activado la bomba de tiempo que era él.
Siguieron con los besos fogosos y las caricias furtivas, disfrutando cada segundo al máximo.

— Oh, lo siento...– Se oyó.

Ray había entrado y se había topado con esa escena.
Ambos se separaron abruptamente.

— No sabía que estaban los dos... Ya me voy.– Tartamudeó con la incomodidad latiendo.
— ¡No!– Gritó Gerard con histeria.— No estábamos haciendo... nada.

Los tres chicos tenían las mejillas coloreadas, uno por vergüenza y los otros por excitación.

— ¿Qué necesitas, Ray?– Frank habló, sintiéndose un poco molesto.
— Quería ver si Gerard estaba bien...

Frank agachó la mirada y se dio cuenta de algo muy importante. Agarró una de las almohadas y se la colocó en su pelvis, donde una muy clara erección se asomaba.

— Estoy bien.– Confirmó.

Ray, sin agregar nada, se fue.

— Que susto...
— Si, la próxima vez procura no ponerte cariñoso en un hospital, Gerard.

De atar; FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora