Se despertó, abrumado, como quien se excede de alcohol y al otro día amanece con resaca.
El dolor de cabeza lo estaba matando -si es que no estaba muerto ya- y se sentía delirar.
Intentó moverse, mas le fue imposible. Su pequeño cuerpo estaba enfundado en un traje de fuerza, sin poder moverse.
Los recuerdos de la noche anterior lo golpearon.— ¿Estoy muerto?– Preguntó en voz alta.
— No, Frank.– Su enfermera lo miraba con lástima.— No estás muerto.Frank no contestó, sintiéndose inútil al no poder realizar su cometido.
— ¿Por qué lo hiciste, Frank?– Prosiguió al ver que este no contestaba.
— Porque no quiero vivir...
— Eso está claro.– Le sonrió, y esa sonrisa le hizo recordar a las de su madre.— ¿Por qué no quieres vivir?
— No tengo nada...
— Tienes vida.
— Pero la vida es mierda si Gerard no está a mi lado.
— No dependas de él, Frank. Acepta que se fue y tú tienes que formar una nueva vida.
— ¿Una nueva vida encerrado?– Ironizó.
— Este es el costo de tus malas acciones.
— Yo no hice nada malo...
— Si, lo hiciste.– Hizo una mueca, tal vez recordando el expediente de su paciente.— Volviendo al tema: debes de seguir adelante.
— ¿Cómo seguir adelante si el amor de mi vida se fue? ¿Cómo seguir adelante si la razón de mi existencia no va a volver?Al otro lado de la habitación, Gerard lo miraba con dolor y ya con lágrimas en sus ojos esmeraldas.
— ¿Cómo vivir así, doctora?— Se secó las lágrimas, que, hasta ahora, no se había dado cuenta de que corrían libres por sus mejillas.— ¿Cómo vivir sabiendo que no volverá?
— Debes superarlo, Frank.
— ¡¿Cómo?!– Gritó.– ¡¿Cómo superar que maté a la persona que amo?!
— Cuando te sientas más tranquilo hablaremos, Frank, por ahora duerme.Y así lo hizo, aún sintiendo su mundo desmoronado.