Capítulo cuatro

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Se despertó, abrumado, como quien se excede de alcohol y al otro día amanece con resaca.
El dolor de cabeza lo estaba matando -si es que no estaba muerto ya- y se sentía delirar.
Intentó moverse, mas le fue imposible. Su pequeño cuerpo estaba enfundado en un traje de fuerza, sin poder moverse.
Los recuerdos de la noche anterior lo golpearon.

— ¿Estoy muerto?– Preguntó en voz alta.
— No, Frank.– Su enfermera lo miraba con lástima.— No estás muerto.

Frank no contestó, sintiéndose inútil al no poder realizar su cometido.

— ¿Por qué lo hiciste, Frank?– Prosiguió al ver que este no contestaba.
— Porque no quiero vivir...
— Eso está claro.– Le sonrió, y esa sonrisa le hizo recordar a las de su madre.— ¿Por qué no quieres vivir?
— No tengo nada...
— Tienes vida.
— Pero la vida es mierda si Gerard no está a mi lado.
— No dependas de él, Frank. Acepta que se fue y tú tienes que formar una nueva vida.
— ¿Una nueva vida encerrado?– Ironizó.
— Este es el costo de tus malas acciones.
— Yo no hice nada malo...
— Si, lo hiciste.– Hizo una mueca, tal vez recordando el expediente de su paciente.— Volviendo al tema: debes de seguir adelante.
— ¿Cómo seguir adelante si el amor de mi vida se fue? ¿Cómo seguir adelante si la razón de mi existencia no va a volver?

Al otro lado de la habitación, Gerard lo miraba con dolor y ya con lágrimas en sus ojos esmeraldas.

— ¿Cómo vivir así, doctora?— Se secó las lágrimas, que, hasta ahora, no se había dado cuenta de que corrían libres por sus mejillas.— ¿Cómo vivir sabiendo que no volverá?
— Debes superarlo, Frank.
— ¡¿Cómo?!– Gritó.– ¡¿Cómo superar que maté a la persona que amo?!
— Cuando te sientas más tranquilo hablaremos, Frank, por ahora duerme.

Y así lo hizo, aún sintiendo su mundo desmoronado.

De atar; FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora