Capítulo ochenta y uno

35 13 10
                                    

— Cuando era pequeño soñaba con ser astronauta.– Confesó Frank.— Pasaba noches enteras contemplando las estrellas, pensando que, algún día, tocaría una.

Jamia pareció desconcertada, tal vez no esperando una charla así por parte de Frank.

— Qué ingenuo era.– Prosiguió.— Cheec cada vez que me encontraba fuera se ponía a gritar, nunca supe porqué.
— No era ingenuidad, eras pequeño. Cuando uno es pequeño cree que todo es posible.
— Yo le rezaba a un Dios que idealizaba, que mamá me quisiera. Hasta que me cansé de pasar las noches pidiendo algo que no era posible.
— ¿Por qué piensas que era imposible?
— Porque mamá nunca me quiso, le repugnaba. ¿Cómo iba a querer a una escoria?
— ¿Tú te sentías una escoria?
— Yo me sentía basura, porque mi mamá no estaba cuando quería un abrazo. Porque cuando tenía miedo no había nadie que estuviese allí para revisar mi armario, porque nadie estaba para matar a ese monstruo que tanto me asustaba.– Jugó con el lápiz que Jamia le había dado hace unos días.— Y al final el monstruo resultó siendo Frank, el abominable Frank.

Hubo unos minutos de silencio donde Jamia se quedó pensando en qué decir.
Últimamente Jamia ya no parecía su psicóloga, sino una vieja amiga.

— No eres un monstruo, Frank.
— Sí, lo soy. ¿Cómo no serlo? Toda mi vida me lo hicieron saber.
— Por ellos es que eres un "monstruo". Por ellos es que hoy eres como eres.
— Si hay que culpar a alguien, ese soy yo. Yo soy responsable de mis actos.
— Sí, eres responsable de tus actos, pero no creo que sea la solución catalogarte como "monstruo"
— No quieras cambiar mi pensamiento, Jamia. Yo sé que soy así.
— Yo creo que no lo eres.
— ¿Cómo crees que yo soy, entonces?
— Tú eres una persona maravillosa.

Frank no se lo esperaba, pero no pareció captar el tono con el que Jamia lo decía.

— Eso no es cierto, soy lo más parecido al caos.
— No quieras cambiar mi pensamiento, Frank.– Rebatió, utilizando las mismas palabras que él había dicho.— Para mí lo eres, ¿Por qué te cuesta aceptarlo?
— Porque nunca nadie me lo había dicho. Porque toda la vida me convencieron de lo contrario.
— Pues yo cambiaré eso.

De atar; FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora